Buenos Aires, Argentina, 1907: La huelga de las escobas. Resistir el alza de los alquileres y los desalojos
Por Leónidas Ceruti
Enviado por Anzelmo Segui
Red Latina sin fronteras
Publicado: 10 agosto, 2016
En agosto de 1907, la
Municipalidad de Buenos Aires decretó un incremento en los impuestos y los
propietarios de los conventillos no dudaron en subir los alquileres. La bronca
estalló. Los inquilinos iniciaron una huelga y se organizaron en comités. Pero
nadie imaginaba que se produciría un hecho inédito: los protagonistas de la
huelga serían las mujeres con sus hijos. Fue entonces que a escobazos sacaban a
los abogados, escribanos, jueces, bomberos y policías que pretendían arrancar a
las familias de sus casas. Similar situación se vivió en Rosario, donde se
afirmaba que “nadie puede decir que no
estamos en plena guerra contra la explotación y la usura”.
Los conventillos fueron casas en que alquilaban cuartos los
inmigrantes que llegaban al país en las últimas décadas del Siglo XIX. Fue
producto del crecimiento urbano en ciudades como Buenos Aires y Rosario, que no
estaban preparadas para un cambio de tal magnitud.
En Buenos Aires, por la
gran epidemia de fiebre amarilla de 1871, las familias patricias se trasladaron
al Barrio Norte, abandonando sus residencias. Esa situación permitió que
numerosas familias se ubicaran en los ya obsoletos caserones de la zona sur.
Además, algunos comerciantes y especuladores acondicionaron viejos edificios o
construyeron precarios alojamientos para los trabajadores.
Las condiciones eran
miserables: al hacinamiento, la falta de servicios sanitarios y de cloacas, se
le sumaba que tanto los baños como lavaderos eran comunes. Había un servicio
cada diez cuartos aproximadamente. Eso provocaba epidemias como el cólera, la
fiebre amarilla, el paludismo, los parásitos y las infecciones.
En algunos casos había
cocinas comunes, pero lo más frecuente era que se cocinara en los cuartos.
También se destinaban a la cocina los rincones del patio. En cada pieza había
un calentador a alcohol o aceite que se colocaba en la puerta para que los
olores fueran al exterior. El patio fue un ámbito de encuentros, para las
fiestas, “donde reinó el tango y el
sainete”, y sirvió también para organizar los reclamos.
Esas eran las condiciones
en que vivía la mayor parte de la clase obrera argentina en sus orígenes.
Las escobas se
levantan
En agosto de 1907, la Municipalidad de Buenos Aires decretó un
incremento en los impuestos para 1908. Los propietarios de los conventillos no
dudaron en subir los alquileres.
Pero, el 13 de septiembre
de 1907, en las 132 piezas de Ituzaingó 279 en la Capital Federal, estalló la
bronca y comenzó la huelga. Fueron más de cien mil inquilinos de conventillos
quienes, durante septiembre y octubre, lucharon por la reducción del 30% en el
precio de los alquileres.
Se designaron delegados
por conventillo, creando el Comité Central de la Liga de Lucha Contra los Altos
Alquileres e Impuestos, que fue el que lanzó la huelga general. Rápidamente se
extendió la medida y la articulación con los comités que se formaron en los
diferentes barrios.
La lucha había comenzado.
Y la represión también.
Peligrosas eran las
madrugadas en que los ocupantes de los conventillos porteños se preparaban para
ir a sus tareas. Esa era la hora elegida para sacar a los trabajadores y sus
familias de las habitaciones por la fuerza, usando agua helada disparada por
los bomberos.
Pero nadie imaginaba que
se produciría un hecho inédito: los protagonistas de la huelga serían las
mujeres con sus hijos. La consigna que pasó de un conventillo a otro fue: Resistir el alza de los alquileres y los
desalojos.
Fue entonces que a
escobazos sacaban a los abogados, escribanos, jueces, bomberos y policías que
pretendían arrancar a las familias de sus casas.
La revuelta desde La Boca
se extendió a San Telmo y a otros barrios; de allí a ciudades como Rosario, La
Plata, Bahía Blanca, Mar del Plata, Córdoba, Mendoza.
Los propietarios y el
gobierno no podían creerlo.
De los 500 conventillos
porteños en rebeldía, se llegó en semanas a 2000.
En medio del conflicto,
desfilaron cerca de trescientos niños y niñas de todas las edades, que
recorrían las calles de la Boca en manifestación, levantando escobas “para barrer a los caseros”. Cuando la
manifestación llegaba a un conventillo, recibía un nuevo contingente de
muchachos, que se incorporaba a ella entre los aplausos del público, según publicó
la revista Caras y Caretas.
Las mujeres, que estaban
todo el día en las casas al cuidado de sus hijos, enfrentaron los desalojos. El
diario La Prensa comentó que el 21 de octubre la Policía intentó desalojar un conventillo,
“pero las mujeres ya estaban preparadas e
iniciaron un verdadero bombardeo con toda clase de proyectiles, mientras
arrojaban agua que bañaba a los agentes”.
La resistencia a los
desalojos tuvo diversos métodos. Por ejemplo, cerrando las puertas de calle con
cadenas y manteniendo guardias día y noche. Junto a las puertas acumulaban
piedras, palos y todo elemento intimidatorio. Algunas crónicas relatan la
decisión en algunos conventillos de colocar enormes calderos con agua hirviendo
amenazando despellejar a quienes intentaran echarlos.
Pero las expulsiones
tuvieron un final trágico cuando una comisión judicial y policial fue a
ejecutar un desalojo a la calle San Juan 677. Cientos de vecinos quisieron
impedirlo. Comenzaron los golpes y la policía se abrió paso con sablazos y
disparos. Una bala impactó en la cabeza de un obrero, Miguel Pepe, de 18 años,
que a las horas falleció.
La resistencia se
incrementó y varios propietarios fueron cambiando sus pretensiones.
La alegría recorrió la
ciudad. En muchos patios, volvieron las fiestas y bailes.
Pero en donde la
organización era débil, los desalojos avanzaron. Docenas de familias quedaron
en las veredas. La solidaridad del gremio de los conductores de carros hizo que
se pusieran al servicio de los desalojados para los traslados.
La huelga en Rosario
Iniciado el conflicto, inmediatamente se formó la “Liga Pro Rebaja de Alquileres”, que
reuniría a los delegados de los conventillos de la ciudad. “La Protesta” comentó que se habían nucleado miles de familias
obreras condenadas “a la más inicua de
las explotaciones, la del alquiler desmedido”, como consignara el diario.
Un sector del periodismo
rosarino estuvo junto a los inquilinos. “El
Municipio”, en un editorial, comentó que “los explotados que dan la sangre por el progreso nacional y el
enriquecimiento particular y a quienes ni siquiera se les da el pan y el techo
que necesitan”. Otros diarios, como “El
Tiempo”, reflejarían de modo permanente la adhesión a las medidas que se
iban tomando, señalando que “están bien
encaminados los trabajos para promover en esta ciudad una huelga de inquilinos;
hoy ha sido presentado a los propietarios y encargados de conventillos un
pliego de condiciones”.
El documento elaborado por
los huelguistas incluía entre sus demandas una rebaja del 30% sobre los
alquileres vigentes; higienización de las habitaciones de los conventillos a
cargo del propietario; eliminación de los pagos por adelantado y de las
garantías; recibir a familias numerosas; seguridad de que no habría desalojo de
ningún inquilino por el hecho de haber participado de la huelga.
“La Protesta”, a fines de septiembre, anunciaba que la huelga
de inquilinos iba adquiriendo mayor dimensión: “Pasan de 30 los conventillos en huelga en la ciudad de Rosario y puede
calcularse en más de un millar el número de inquilinos que toma parte en el
movimiento. Son varios los propietarios que han entablado demanda de desalojo
contra sus inquilinos por falta de pago”. En otra edición, informaba que “se han adherido a la huelga los moradores
de unas 130 casas de inquilinato. El movimiento es muy compacto en los barrios
de La República, Súnchales, Talleres y adyacentes”. El Comité Pro Rebaja de
Alquileres organizó un acto-asamblea. La concurrencia fue masiva y, cuando los
oradores hacían oír sus reclamos, la policía se hizo presente reprimiendo y
disolviendo la reunión, cargando con la caballería y repartiendo sablazos y
latigazos a hombres, mujeres y niños.
La huelga continuó y se
sucedieron otros enfrentamientos entre la policía y los inquilinos por los
intentos de desalojos. Pero las fuerzas comenzaron a mermar, por eso “El Municipio” hizo un llamamiento a
continuar la lucha y en un artículo se podía leer: “Sería doloroso que aquí se malograra el movimiento por la dejadez de
sus habitantes. Todos estáis conformes en que el alquiler es carísimo. Pues
entonces, ¿qué esperáis?”. Por su parte, “La Protesta” también alentaba indicado a las familias de los
inquilinos: “¿Desalojos? ¡Agua hirviendo!
Todas las armas son buenas en épocas de guerra; y nadie puede decir que no
estamos en plena guerra contra la explotación y la usura. ¡A defenderse, pues!”.
Los rumores de una huelga
general recorrieron Rosario, ya que eran numerosos los gremios que apoyaban.
La huelga trajo algunas
mejoras, pero no logró modificar los problemas de vivienda de los trabajadores.
Y como se destaca en una investigación del conflicto “recién una década después, el parlamento nacional iba a aprobar el
proyecto de Juan Cafferata de construcción de viviendas obreras, materializado
en un porteño barrio cuya imagen iba a quedar fijada incluso en la letra de
tango con aquello de ‘En el Barrio Cafferata / en un viejo conventillo / con
los pisos de ladrillo / minga de puerta cancel’…”.
Pasan los años, los
gobiernos, y el déficit habitacional sigue y aumenta.
Aquella situación hoy
sigue vigente. Durante décadas, la Argentina se caracterizó por presentar un
déficit habitacional estructural tanto en lo que hace a la cantidad de unidades
habitacionales como en la calidad. Una de las consecuencias de esto fue la
proliferación de asentamientos precarios y que una creciente porción de la
población habite en condiciones poco propicias para desarrollar una vida digna,
larga y saludable.
Distintos estudios
destacan que en el país faltan 3 millones de viviendas para paliar el déficit
habitacional. El 20,5% de las familias sufre serios problemas para obtener una
casa. Pero otra cifra desalentadora es la que marca que el 24% de los hogares
habita en viviendas recuperables o irrecuperables. El 12,4% aún carece de agua
corriente de red, el 26,8% de gas natural domiciliario, el 34,6% de cloacas, el
32,3% de desagües pluviales y el 19% de pavimento.
A esto se agregan cifras
alarmantes sobre contaminación, ya que el 11,7% de hogares están expuestos a
industrias contaminantes, el 16,7% a basurales y el 24,1% a plagas urbanas.
En Rosario, según datos
del último Censo Nacional, hay casi 80 mil viviendas vacías, cuando el déficit
habitacional se ubica en 50 mil unidades. Este ejemplo se repite en otras
grandes ciudades del país.
Por otra parte, la falta
de políticas activas por parte del gobierno para permitir el acceso a miles de
argentinos a una vivienda digna, los altos precios de los alquileres que se ven
diariamente, la falta de un trabajo con remuneraciones que permitan ahorrar
para la compra de una vivienda, entre otras cuestiones, son las que han llevado
a que este cuadro de situación se agrave en vez de cambiar.
Por todo eso, la lucha no
sólo debe pasar por mejores salarios, mejores condiciones de trabajo, no
cambiar trabajo por salud, sino que los reclamos por la vivienda deben estar en
todas las demandas.
La consigna que pasó de un conventillo a otro fue: Resistir el alza de los alquileres y los desalojos. |
La revuelta desde La Boca se extendió a San Telmo y a otros barrios; de allí a ciudades como Rosario, La Plata, Bahía Blanca, Mar del Plata, Córdoba, Mendoza. |
Nadie imaginaba que se produciría un hecho inédito: los protagonistas de la huelga serían las mujeres con sus hijos. |
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