Yhoban Camilo Hernández
Cifuentes
América Latina en
movimiento
Fuente: Agencia de Prensa IPC
25/08/2016
“El acuerdo con las FARC es un
paso para empezar a construir la paz. Ese, digamos, es el primer ladrillo. En
Granada, en el año 2001, se realizó la Marcha del Ladrillo, convocada por el
fallecido gobernador Guillermo Gaviria y los alcaldes del Oriente antioqueño.
Cerca de mil personas marcharon llevando un ladrillo al hombro. Esos ladrillos
eran para reconstruir al Municipio que había sido víctima de tomas armadas de
la guerrilla y de los paramilitares. Y esa marcha del ladrillo simboliza de
alguna manera no solo la reconstrucción de Granada, sino que hoy para mí
simboliza lo que cada persona de este país, de la ciudad y del campo, deberíamos
empezar a hacer. Todos deberíamos poner nuestro propio ladrillo para volver a
levantar la casa”.
Jesús Abad Colorado, periodista y fotógrafo.
El cierre de un acuerdo final de paz entre el Gobierno
colombiano y la guerrilla de las FARC-EP, anunciado públicamente este 24 de
agosto por la Mesa de Conversaciones en La Habana, Cuba, le demuestra a
Colombia que sí es posible un camino diferente de la guerra, un futuro en el
que los conflictos puedan resolverse por la vía del diálogo y no de la
violencia. Pero eso implica grandes desafíos, porque la construcción de la paz
apenas comienza.
De momento las FARC y el
Gobierno han hecho las paces para poner fin a 52 años de confrontación armada,
pero queda pendiente empezar a transformar esos problemas estructurales del
país que dieron lugar a este conflicto interno. Desarrollo rural, participación
política y reparación integral a las víctimas, temas acordados en la
negociación, serán claves de aquí en adelante, como bien lo expresó el jefe de
la delegación negociadora de las FARC, Luciano Marín Arango, alias “Iván Márquez”, durante su discurso.
Construir la paz dependerá
en buena medida de la implementación de este acuerdo. “Pero de la sociedad colombiana depende que sea ejecutado. Primero, si
lo aprueba con el voto —al plebiscito por la paz el 2 de octubre—. Segundo, si se comprometen a hacer parte de
la transformación que se necesita para conseguir la paz”, advirtió el jefe
negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, quien dijo que el acuerdo no es
perfecto pero es el más viable, “el mejor
acuerdo logrado posible”.
Y es que las FARC, alzadas
en armas desde 1964, ya se habían
sentado a negociar en años anteriores sin que lograra concretarse un acuerdo
final de paz: en 1984 con el
gobierno de Belisario Betancur —cuando el grupo insurgente, en un intento por
dejar las armas y participar en política, creó el partido Unión Patriótica
cuyos líderes fueron exterminados—; en 1991
con el gobierno de César Gaviria —proceso en el que se creó la Coordinadora
Guerrillera Simón Bolívar de la que también hacían parte el ELN y el EPL—; y en
1998 con el gobierno de Andrés
Pastrana.
Por eso la paz entre el
gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC, la guerrilla más antigua y más
grande del país (aproximadamente 15.000 integrantes), define un momento
histórico para Colombia que, a diferencia de las otras naciones de América
Latina, en pleno siglo XXI aún no supera los conflictos armados con las
insurgencias. Para entender mejor lo que simboliza este acuerdo, consultamos a
diversos analistas.
Foto: cortesía
Jesús Abad Colorado. Marcha del Ladrillo en Granada, Antioquia, octubre de
2001.
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“Alegría, oportunidad y mucho por hacer”
Para Rafael Grassa, presidente del Instituto Catalán
Internacional para la Paz, el cierre del acuerdo entre el Gobierno y las FARC “tiene una trascendencia histórica, primero
porque cierra un ciclo en América Latina de guerrillas, que se inició con el
asalto al cuartel de Moncada en Cuba en los años 50. Segundo, porque
efectivamente pone fin al enfrentamiento armado más importante desde hace más
de 50 años en Colombia. Tercero, porque aunque supone el hecho de que las FARC
abandonan la guerra y entran en el camino de la política, supone también una
enorme ventana de oportunidad para que Colombia cierre un conflicto armado y se
dedique a resolver otros temas. Por tanto, la noticia se puede resumir en tres
palabras: alegría, oportunidad, mucho por hacer”.
Aunque según Álvaro
Villarraga, director de Acuerdos de la Verdad del Centro Nacional de Memoria
Histórica, el acuerdo con las FARC es el más importante de todos, dada su
significación política, la fuerza militar de esa guerrilla y su arraigo
histórico, hay que “ponerlo en su justa
dimensión, en el sentido de que en tanto no se firme también la paz con el ELN,
no se puede hablar del cierre total de la guerra”. Y hay que ser
conscientes de que “las tareas de la paz
no se logran de un momento a otro, sino que hay un proceso acumulativo. Haber
acabado el conflicto con el M19 y con el EPL, configuró posibilidades
importantes alrededor de la constituyente en 1991 y la expedición de la nueva
Constitución Política, fue un hecho de paz, un acumulado para la paz que hoy se
une a los nuevos acumulados que entregan las FARC”.
Explicando la complejidad
del conflicto armado colombiano, Villarraga, quien se desmovilizó del EPL en el
proceso de paz de 1991, concluye que en Colombia no ha habido una solución
global, es decir, “una firma simultánea
de la paz con las distintas insurgencias, lo que marca una distancia clara con
procesos como el de El Salvador, el de Guatemala y otros procesos del mundo.
Colombia ha tenido una vía no global y no simultánea de solución de su
conflicto, quiere decir que aquí con cada guerrilla, incluso con distintos
grupos milicianos y fracciones rurales, urbanas, se ha hecho de manera
diferente la paz, en distintos tiempos y distintas circunstancias”.
Por eso, León Valencia,
director de la Fundación Paz y Reconciliación, y desmovilizado del ELN tras el
proceso con la Corriente de Renovación Socialista en 1994, piensa que con el
acuerdo con las FARC por fin Colombia está pasando al siglo XXI. Lo dice porque
“toda la región de América Latina había
superado dos cosas que fueron fenómenos claves en la segunda mitad del XX: las
dictaduras militares y los conflictos con guerrillas. Y nosotros estábamos
atados a unas guerrillas y a un conflicto armado de ese siglo, y la política
colombiana estaba subordinada por el conflicto armado, se definía por la guerra
o por la paz en cada elección presidencial. Ahora podemos liberarnos de eso y
transitar a una democracia más normalizada. Colombia va a cambiar”.
El Jefe del Equipo Negociador del Gobierno Nacional, Humberto de la Calle, e Iván Márquez, jefe negociador de las FARC, intercambian saludos en La Habana con ocasión del cierre del Acurdo Final. |
Reivindicar el
conflicto en la democracia
Parafraseando a García Márquez, en Cien Años de Soledad, el politólogo Gonzalo Medina, docente de la
Universidad de Antioquia, dice que la solución negociada al conflicto con las
FARC es “una nueva oportunidad que se da
este país para poder redefinir su rumbo, su destino, a partir de estos
acuerdos. O sea, buscar otra fórmula que no sea la guerra, que no sea la
violencia fratricida que históricamente ha ocurrido en Colombia”.
Y esta transición, piensa
el académico, es un buen momento para reivindicar el conflicto como una figura
de la cultura política, porque, contrario a lo que muchos piensan, “antes del posconflicto tenemos que trabajar
y abonar el conflicto; reconocerlo, ser capaces de que el país se apropie de
él, de que reconozca la divergencia, el derecho a disentir. Porque eso es lo
que forma una sociedad, eso es lo que forma para la ciudadanía y eso es lo que
contribuye a la democracia. Y eso, es precisamente lo que no ha existido en
Colombia, el conflicto como expresión de libertad de opinión, de cultura
política. Por eso se ha caído en el conflicto armado”.
El reto, dice Medina, es
mirar hasta qué punto el país está dispuesto a redefinir ese rumbo hacia la
democracia, y esto implica la real voluntad de paz y reconciliación de las
élites políticas y económicas que han estado en el poder.
Sin embargo Jesús Abad
Colorado, periodista y fotógrafo, destacado por su cubrimiento al conflicto
colombiano, considera que el acuerdo representa un momento de “maduración política, en un país donde los
distintos conflictos siempre se han solucionado a plomo, tanto desde la extrema
derecha como desde la extrema izquierda. Y es un paso de madurez política, no
solo de las FARC sino de esa derecha colombiana representada sobre todo por
esos políticos que siempre han tenido el poder”.
Además, anota el
fotógrafo, este momento representa la posibilidad de “poder habitar un país distinto, especialmente para la gente del campo
que es de donde se han nutrido los diferentes ejércitos, un país donde el campo
siempre ha sido olvidado. Y eso implica darle por lo menos voz o participación
política a personas de las regiones, hagan parte o no hagan de las FARC, porque
es que en este país ser distinto a los partidos tradicionales en Colombia ha
sido un lastre. Entonces ese paso histórico también significa escuchar otras
voces disímiles a las del bipartidismo tradicional”.
Han sido décadas de
violencia política las que ha vivido Colombia a causa del bipartidismo, entre
los años cuarenta y cincuenta, y de la exclusión política a los sectores
minoritarios, pero si algo muestra este acuerdo con las FARC, expresa Flor Alba
Romero, antropóloga especialista en Derechos Humanos, docente de la Universidad
Nacional, es que los conflictos se pueden
resolver sin utilizar las armas, evitando así tantos años de guerra.
Y esto, concluye, “nos enseña lo absurdo de la guerra, de
tantos pueblos desolados, de tantas familias desplazadas forzosamente, de
tantas personas fallecidas, de tantas personas mutiladas”. Por eso, piensa
que este paso hacia la paz pone a una sociedad como la colombiana, que ha
normalizado la violencia, en la tarea de “desaprender
la guerra, lo que significa recuperar el diálogo, aceptar la diversidad humana,
y recuperar el valor de la dignidad en todos los seres humanos, sin importar su
condición social”.
No obstante, la
antropóloga observa “la paz con las FARC
es un evento muy importante, pero no significa que ya no habrá dificultades”.
“Una construcción más
amplia de la sociedad”
El acuerdo con las FARC, dice Diego Herrera Duque, presidente
del Instituto Popular de Capacitación (IPC), deja el claro mensaje de que “esta negociación no es un punto de llegada
sino de partida, para una construcción mucho más amplia de la sociedad
colombiana”. Y eso, anota, implica “una
nueva generación que sienta y se comprometa con un nuevo país”.
Esa construcción, agrega
el líder social, “será alrededor de los
procesos que necesita la sociedad en aspectos como: apertura democrática,
garantías para los movimientos sociales, dignificación de la vida de los
campesinos, disminución de las desigualdades en la sociedad colombiana y
posibilidades de participación política sin el uso de las armas”.
Con ello coincide Max Yury
Gil, investigador de la Corporación Región, quien explica que “la negociación permite realizar un conjunto
de tareas que están pendientes en esta sociedad y que están contenidas en los
acuerdos entre el Gobierno y las FARC, en lo que tiene que ver con el tema
agrario, de participación política, de narcotráfico y de víctimas, que son
puntos muy importantes”.
El investigador destaca
que el acuerdo permite “remover un
obstáculo para el desarrollo democrático del país, el cual tiene que ver con la
penalización y la distorsión sobre la política y la cultura política, lo que ha
significado, por ejemplo, represión y penalización al pensamiento crítico y a
la acción transformadora. Porque si para algo ha servido la guerra es para
contener un conjunto de demandas, permitiendo la estigmatización de los
movimientos sociales y de los partidos políticos alternativos”. De manera
que “el fin de la guerra no es la
democracia total, pero sí es una precondición” que permitirá transformar lo
anterior.
Por eso, el padre
Francisco de Roux, director del Centro Fe y Culturas, es directo en señalar que
el acuerdo entre “el Gobierno y las FARC
todavía no significa la paz; la paz la tenemos que construir de ahora en
adelante y nos pone ante el desafío del plebiscito”.
De modo que lo acordado,
explica el sacerdote, pone a los colombianos ante una decisión, refrendar o no
lo acordado con las FARC. Y “creo que el
acuerdo contribuye a motivar a la gente para apoyar el sí. Pero eso se decide
en la cancha, en la cual los colombianos van a ver si aprueban todo este
proceso conseguido, o quieren tumbarlo para que comience de nuevo. Y no sabemos
cuándo puede haber otro proceso con la ilusión de que pueda ser mejor”.
La pregunta entonces, dice
el padre Francisco a quienes piensan en decirle no a la paz, es muy profunda: ¿Serán
ustedes capaces de hacer un acuerdo mejor al que se ha logrado consolidar,
sabiendo que pasarán años, que dejarán centenares o miles de víctimas, antes de
que haya otra negociación?
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