Carlos Soledad
Red Latina sin fronteras
Publicado: 11 noviembre,
2016
El pasado 14 de octubre, el Congreso Nacional Indígena y el
Ejército Zapatista de Liberación Nacional anunciaron la intención de llevar a
cabo un proceso de consulta a sus bases de apoyo con un objetivo sin precedente
para este movimiento.
Se discutirá la idea de
crear un Consejo Indígena, con una mujer como portavoz que se presente como
candidata a la Presidencia de México en el proceso electoral de 2018 (goo.gl/Lcr9DO).
Incluso si la propuesta
deriva en algo completamente diferente o se queda en nada, es una noticia
sorprendente y puede ser difícil de digerir para las y los que desde enero de
1994 hemos visto en el zapatismo el referente global de la resistencia al
capitalismo neoliberal. Es también una propuesta riesgosa y sobre todo…,
esperanzadora.
Desde que el EZLN lanzó la
Sexta Declaración de la Selva Lacandona en respuesta a la traición de los tres
partidos mayoritarios –PRI, PAN y PRD– a los Acuerdos de San Andrés en 1996, el
zapatismo se transformó de un movimiento de exigencia al Estado en otro
centrado en la construcción de su autonomía al margen de éste. El Ejército
Zapatista se convirtió para el ensayista Gabriel Zaid en la primera guerrilla
postmoderna. Una que no actúa militarmente, sino que se construye a sí misma
como insurrección.
El surgimiento del
movimiento acabó con la idea de tomar el poder del Estado y cambiar las cosas
de arriba hacia abajo. Las organizaciones nacionales e internacionales
solidarias se alinearon desde entonces a los principios de la Sexta. La idea de
presentarse a unas elecciones presidenciales para tomar el poder del Estado,
por muy asambleario que sea el movimiento indígena, podría entenderse como una
traición a los ideales zapatistas. En absoluto. De hecho, la idea de una
candidatura independiente de partidos políticos y asamblearia es congruente con
la práctica zapatista. Que, además, otorgue poder real y simbólico a una mujer
indígena, pero siguiendo los principios del CNI y del zapatismo de mandar obedeciendo –en un país
profundamente machista, racista y clasista– es al menos sorprendente.
En su caminar, el EZLN ha
ido reforzando lo que ha sido desde antes del levantamiento armado la base de
su autonomía. Nos referimos a la capacidad de los pueblos indios de generar
acuerdos en asamblea. Se trata de relaciones de poder horizontales que han
propiciado el surgimiento de otras escuelas, otras clínicas de salud, otro
sistema de justicia, municipios autónomos y finalmente Juntas de Buen Gobierno.
Creaciones muy otras a las tradicionalmente mediadas por el Estado. En las
instituciones zapatistas no se ejerce el poder porque éste se dispersa en la
comunidad. Aunque el zapatismo se encuentra en un gran momento, saben que será
difícil sobrevivir en un contexto como el mexicano. La lista de agravios es
larga y la situación no mejorará.
Ya en diciembre de 2012
miles de zapatistas se manifestaron en Chiapas y volvieron a sorprender al
mundo mandando el mensaje de ¿Escucharon? Es el sonido de su mundo
derrumbándose. Es el del nuestro resurgiendo. Mientras en el México
apocalíptico la violencia, el saqueo y la impunidad campen a sus anchas, en
territorio zapatista la calidad de vida ha mejorado sustancialmente. Baste
recordar que entre 2007 y 2014 murieron asesinadas, según cifras oficiales, 164
mil personas, 37 por ciento más que en los conflictos de Irak y Afganistán
juntos (goo.gl/lAKyUD).
Y aunque la indignación
por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa –como síntesis de los movimientos y
resistencias más recientes como las autodefensas, el #YoSoy132, Vivas nos queremos,
Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad– han logrado sensibilizar a gran
cantidad de personas en el país, todas estas experiencias asamblearias tienen
como común denominador centrarse en la defensa de la vida. Incluso la lucha
magisterial, la única capaz a escala nacional de poner cotos a la prepotencia
del sistema neoliberal, es un movimiento de defensa de la educación y contra la
reforma en la materia.
La consulta del CNI y el
EZLN es esperanzadora porque son los primeros en plantear seriamente la posibilidad
de generar una ofensiva no violenta. Y el camino, si finalmente es aceptado por
el movimiento indígena, será la construcción de una alternativa electoral que
cristalice el trabajo asambleario que ya es una realidad, no es algo por
construir. No se trata de juntar gente que no se conoce para que valide una
directiva. No es crear una serie de asambleas/círculos que después ya veremos
cómo nos hacen llegar sus propuestas. Se trata de crear una nueva herramienta
de lucha controlada por la sociedad civil organizada, por las y los de abajo.
La propuesta del
movimiento indígena es, nada más y nada menos, la única esperanza para México.
Difícil de articular, riesgosa. Pero son ellas y ellos, las mujeres y hombres
de maíz, los únicos con una ética intachable y a prueba de duda. Lo han
demostrado con creces. Es tiempo de que los mestizos y la izquierda acorralemos
nuestros principales vicios y prejuicios, y juntos cerremos el episodio que se
abrió hace 524 años. El movimiento indígena es el único capaz de tomar el poder
de forma horizontal o convivencial, o lo que es lo mismo, cambiar el mundo sin tomar el poder.
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