Casa de Todas y Todos.
Corresponsalía
Internacional
Corresponsalía Gráfica de
Chubakai.
12 de diciembre de 2016
Largas horas de
viaje para llegar a Santiago, son los últimos días de Fidel recorriendo la
Isla. En Santiago, cuna de la revolución, es esperado por multitudes para
velarlo y así estar a su lado en el último viaje antes de que sus cenizas sean
depositadas, dentro de una colosal piedra, en el Cementerio de Santa Ifigenia.
Han sido 9 días de luto, la vida sigue y las cosas cambian. En La Habana se
respira un aire solemne, hay ley seca y no hay música en las calles, pero la
vida continúa. En las calles de Santiago se llora a Fidel, se grita a Fidel y
se autonombran Fidel los santiagueños: “¡yo soy Fidel!”
La gente habla de él, te pregunta… Lo apoya, lo ama y a veces, también,
disiente.
Para algunos no habrá cambios: la Cuba de Fidel, sin Fidel, seguirá su
legado; otros creen que Raúl no está a la altura; otros tantos esperan el
cambio. Entretanto, un pueblo libre sigue su camino.
Cuba se levantó, Cuba pudo redimirse a sí misma del
bastardo tutelaje. Cuba rompió las cadenas que ataban su suerte al imperio
opresor, rescató sus riquezas, reivindicó su cultura, y desplegó su bandera
soberana de territorio y pueblo libre de América.
Cuba y América Latina forman
parte del mundo. Nuestros problemas forman parte de los problemas que se engendran
de la crisis general del imperialismo y la lucha de los pueblos subyugados; el
choque entre el mundo que nace y el mundo que muere. La odiosa y brutal campaña
desatada contra nuestra patria expresa el esfuerzo desesperado como inútil que
los imperialistas hacen para evitar la liberación de los pueblos.
El desarrollo de la historia, la
marcha ascendente de la humanidad, no se detiene ni puede detenerse. Las
fuerzas que impulsan a los pueblos —que son los verdaderos constructores de la
historia—, determinadas por las condiciones materiales de su existencia y la
aspiración a metas superiores de bienestar y libertad, que surgen cuando el
progreso del hombre en el campo de la ciencia, de la técnica y de la cultura lo
hacen posible, son superiores a la voluntad y al terror que desatan las
oligarquías dominantes.
El desarrollo de la historia, la
marcha ascendente de la humanidad, no se detiene ni puede detenerse. Las
fuerzas que impulsan a los pueblos —que son los verdaderos constructores de la
historia—, determinadas por las condiciones materiales de su existencia y la
aspiración a metas superiores de bienestar y libertad, que surgen cuando el
progreso del hombre en el campo de la ciencia, de la técnica y de la cultura lo
hacen posible, son superiores a la voluntad y al terror que desatan las
oligarquías dominantes.
Los pueblos piensan que lo único incompatible con el destino de
América Latina es la miseria, la explotación feudal, el analfabetismo, los
salarios de hambre, el desempleo, la política de represión contra las masas
obreras, campesinas y estudiantiles, la discriminación de la mujer, del negro,
del indio, del mestizo, la opresión de las oligarquías, el saqueo de sus
riquezas por los monopolios yanquis, la asfixia moral de sus intelectuales y
artistas, la ruina de sus pequeños productores por la competencia extranjera,
el subdesarrollo económico, los pueblos sin caminos, sin hospitales, sin
viviendas, sin escuelas, sin industrias, el sometimiento al imperialismo, la
renuncia a la soberanía nacional y la traición a la patria.
Treinta y dos millones de indios
vertebran —tanto como la misma Cordillera de los Andes— el continente americano
entero. Claro que para quienes lo han considerado casi como una cosa, más que
como una persona, esa humanidad no cuenta, no contaba y creían que nunca
contaría. Como suponía, no obstante, una fuerza ciega de trabajo, debía ser
utilizada, como se utiliza una yunta de bueyes o un tractor.
¿En qué “alianza” —como no sea en una para su más rápida muerte— van a
creer estas razas indígenas apaleadas por siglos, muertas a tiros para ocupar
sus tierras, muertas a palos por miles, por no trabajar más rápido en sus servicios
de explotación, por el imperialismo?
¿Qué pueden esperar los obreros
con sus jornales de hambre, los trabajos más rudos, las condiciones más
miserables, la desnutrición, las enfermedades y todos los males que incuba la
miseria?
Frente a la acusación de que
Cuba quiere exportar su revolución, respondemos: las revoluciones no se
exportan, las hacen los pueblos. Lo que Cuba puede dar a los pueblos, y ha dado
ya, es su ejemplo.
¿Y qué enseña la Revolución
Cubana? Que la revolución es posible, que los pueblos pueden hacerla, que en el
mundo contemporáneo no hay fuerzas capaces de impedir el movimiento de
liberación de los pueblos.
La lucha inicial de reducidos
núcleos combatientes, se nutre incesantemente de nuevas fuerzas, el movimiento
de masas comienza a desatarse, el viejo orden se resquebraja poco a poco en mil
pedazos, y es entonces el momento en que la clase obrera y las masa urbanas
deciden la batalla.
El deber de todo revolucionario es hacer la revolución. Se sabe que en América y en el
mundo la revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse en la
puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo. El papel de Job
no cuadra con el de un revolucionario.
Cada año que se acelere la
liberación de América, significará millones de niños que se salven para la
vida, millones de inteligencias que se salven para la cultura, infinitos
caudales de dolor que se ahorrarían los pueblos.
Aun cuando los imperialistas yanquis
preparen para América un drama de sangre, no lograrán aplastar la lucha de los
pueblos, concitarán contra ellos el odio universal, y será también el drama que
marque el ocaso de su voraz y cavernícola sistema.
Aun cuando los imperialistas yanquis
preparen para América un drama de sangre, no lograrán aplastar la lucha de los
pueblos, concitarán contra ellos el odio universal, y será también el drama que
marque el ocaso de su voraz y cavernícola sistema.
Ningún
pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de 200
millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos
sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo, mejor destino, y
cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo
entero.
Con lo grande que fue la epopeya
de la independencia de América Latina, con lo heroica que fue aquella lucha, a
la generación de latinoamericanos de hoy les ha tocado una epopeya mayor y más
decisiva todavía para la humanidad. Porque aquella lucha fue para librarse del
poder colonial español, de una España decadente, invadida por los ejércitos de
Napoleón.
Hoy les toca la lucha de
liberación frente a la metrópoli imperial más poderosa del mundo, frente a la
fuerza más importante del sistema imperialista mundial, y para prestarle a la
humanidad un servicio todavía más grande del que le prestaron nuestros
antepasados.
Pero esta lucha, más que
aquella, la harán las masas, la harán los pueblos; los pueblos van a jugar un
papel mucho más importante que entonces; los hombres, los dirigentes, importan
e importarán en esta lucha menos de lo que importaron en aquella.
Esta epopeya que tenemos delante
la van a escribir las masas hambrientas de indios, de campesinos sin tierra, de
obreros explotados; la van a escribir las masas progresistas, los intelectuales
honestos y brillantes que tanto abundan en nuestras sufridas tierras de América
Latina.
Lucha
de masas y de ideas; epopeya que llevarán adelante nuestros pueblos maltratados
y despreciados por el imperialismo, nuestros pueblos desconocidos hasta hoy,
que ya empiezan a quitarle el sueño.
Nos
consideraba rebaño impotente y sumiso, y ya se empieza a asustar de ese rebaño;
rebaño gigante de 200 millones de latinoamericanos en los que advierte ya a sus
sepultureros el capital monopolista yanqui.
Con esta humanidad trabajadora,
con estos explotados infrahumanos, paupérrimos, manejados por los métodos de
fuete y mayoral, no se ha contado o se ha contado poco.
Desde los albores de la
independencia sus destinos han sido los mismos:
indios, gauchos, mestizos, zambos, cuarterones, blancos sin bienes ni
rentas, toda esa masa humana que se formó en las filas de la “patria” que nunca disfrutó, que cayó
por millones, que fue despedazada, que ganó la independencia de su metrópoli
para la burguesía; esa, que fue desterrada de los repartos, siguió ocupando el
último escalafón de los beneficios sociales, siguió muriendo de hambre, de
enfermedades curables, de desatención, porque para ella nunca alcanzaron los
bienes salvadores: el simple pan, la
cama de un hospital, la medicina que salva, la mano que ayuda.
Pero la hora de su
reivindicación, la hora que ella misma se ha elegido, la vienen señalando con
precisión ahora también de un extremo a otro del continente.
Ahora,
esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo
el continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que
empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir
con su sangre, la empieza a sufrir y a morir.
Porque
ahora, por los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras,
por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad, o en el tráfico de las
ciudades, o en las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a
estremecer este mundo lleno de razones, con los puños calientes de deseos de
morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi 500 años burlados por unos y
por otros.
Ahora,
sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados
y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos
mismos, para siempre, su historia. Ya se
les ve por los caminos, un día y otro, a pie, en marchas sin término, de
cientos de kilómetros, para llegar hasta los “olimpos” gobernantes a recabar sus derechos.
Ya se les ve, armados de piedras, de palos, de
machetes, de un lado y otro, cada día, ocupando las tierras, fincando sus
garfios en la tierra que les pertenece y defendiéndola con su vida; se les ve
llevando sus cartelones, sus banderas, sus consignas, haciéndolas correr en el
viento por entre las montañas o a lo largo de los llanos. Y esa ola de estremecido rencor, de justicias
reclamada, de derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras
de Latinoamérica, esa ola ya no parará más.
Esa
ola irá creciendo cada día que pase, porque esa ola la forman los más, los
mayoritarios en todos los aspectos, los que acumulan con su trabajo las
riquezas, crean los valores, hacen andar las ruedas de la historia, y que ahora
despiertan del largo sueño embrutecedor a que los sometieron.
Porque esta gran humanidad ha
dicho “¡BASTA!” y ha echado a andar.
Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera
independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente. ¡Ahora, en
todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón,
morirán por su única, verdadera, irrenunciable independencia!
¡PATRIA O MUERTE! ¡VENCEREMOS!
Segunda
Declaración de La Habana.
El pueblo de Cuba,
La Habana, Cuba,
Territorio Libre de América,
Febrero 4 de 1962
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