Que no nos mientan, el responsable no
es el narco
América Latina en
Movimiento
18 mayo, 2017
Esta semana el periodismo mexicano y La Jornada perdieron
a un extraordinario profesional y ser humano, Javier Valdés, corresponsal de
nuestro diario en Sinaloa, acribillado a balazos a las 12 del día en Culiacán,
a unos pasos del Semanario Ríodoce, del que fuera cofundador. Hace 57 días, el 23
de marzo, murió también acribillada frente a su casa, nuestra compañera
Miroslava Breach, corresponsal en Chihuahua, mientras esperaba a su hijo para
llevarlo a la escuela. También Miroslava era otro gran valor del periodismo
mexicano y, al igual que Javier, comprometida con las luchas sociales.
Ambos gozaban de merecido
prestigio y reconocimiento social en sus estados y en el país, tanto por su
rigor y brillantez profesional como por sus valores éticos, inmunes al soborno
y a la intimidación. Sus impecables notas eran lectura asidua para gran parte
de los fieles lectores de La
Jornada. Eran imprescindibles
para conocer la situación del país pues relataban el narcotráfico y la
corrupción gubernamental, las luchas de los maestros contra la reforma
educativa, de las comunidades contra los megaproyectos de las transnacionales,
los grupos de poder local y autoridades a ellas vinculados.
Mucho más, cuando en el caso
de Sinaloa, a falta de oportunidades de trabajo, el narco -coludido con el
Estado- es hace décadas un poder creciente, el medio de sustento de gran parte
de la sociedad y, por supuesto, de muchos de los más humildes, aunque sean
ellos los menos beneficiados. No solo eso, el narco, como ya ocurre en el resto
del país, controla los más criminales y depredadores delitos. En Chihuahua, al
pingüe negocio del narco, se suma la voraz acción depredadora del gran capital
contra las comunidades indígenas y mestizas. Miroslava había dado cuenta del
total abandono y discriminación del pueblo rarámuri y sus luchas contra los
señores del dinero, que les arrebatan a toda velocidad sus fuentes de vida y
los mantienen sumidos en la desnutrición y las enfermedades prevenibles. Dos meses
antes que ella, fue asesinado el líder rarámuri Isidro Valdenegro López,
protagonista de no pocas notas de Miroslava, a quien nada lo pudo proteger el
galardón que le concedió la Fundación Goldman por su defensa del territorio
indígena y los bosques. Como tampoco a Javier Valdés, el premio Libertad de
Prensa del Comité Internacional para la Protección de Periodistas.
En una administración que
acumula ya 36 asesinatos de reporteros, Javier fue el séptimo de este año, pero
al día siguiente una colega fue herida grave y unos días antes, en Guerrero,
otros 7 salvaron sus vidas no se sabe cómo de un grupo armado, aunque perdieron
todos sus equipos de trabajo e información. Entre ellos había dos de nuestro
diario, el capaz corresponsal en ese estado, Sergio Ocampo y el destacado
fotógrafo Yahir Cabrera.
Del 2000 al 2017 han sido
asesinados en México 126 periodistas, crímenes impunes en su abrumadora mayoría
según datos de la ONU. Los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa
recuerdan muchos otros hechos semejantes.
No nos digan que el responsable es el narco. El
indebidamente llamado crimen organizado
es inherente al capitalismo y ha crecido como la espuma en su etapa neoliberal,
cuando cada vez es más difícil deslindar los llamados crímenes de cuello blanco de los de las organizaciones mafiosas y
cuando estas son indispensables para la acumulación capitalista en la etapa
financierista. No hay un solo gran banco en el mundo que no lave dinero.
Suponiendo que lo evitara, los flujos de capital de procedencia ilícita son de
tal magnitud y se mueven a tal velocidad, que es imposible controlarlos a menos
que hubiera una decisiva acción de los Estados.
En México es mayor que nunca
el clamor de justicia y por poner fin a la escandalosa impunidad con que se
cometen al alza cientos de asesinatos de periodistas, defensores de derechos
humanos y activistas sociales, así como decenas de miles de desapariciones.
El Estado, por definición, es el responsable de esta catástrofe y las
medidas que ha tomado se han revelado del todo ineficientes, como lo demostró
en estas páginas Jan Jarab, representante en México del Alto Comisionado de
Naciones Unidas para los Derechos Humanos
No deja de sorprenderme que,
igual que Almagro, el gobierno del país de Benito Juárez, Lázaro Cárdenas y la
no intervención, apunte a la entrañable Venezuela bolivariana cuando se le
incendia la casa.
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