El Che, pedagogo de
la revolución
Hernán Ouviña
Texto publicado originalmente en Gramsci en América
Latina
Desinformémonos, periodismo de abajo
15 junio, 2017
A la memoria de Fernando Martínez Heredia,
entrañable guevarista gramsciano.
Una de las figuras más descollantes del marxismo
latinoamericano es sin duda la de Ernesto “Che”
Guevara, nacido casualmente un 14 de junio, en el mismo día y año en que José
Carlos Mariátegui celebra su cumpleaños número 33 y son paridos los Siete ensayos de interpretación de la
realidad peruana. No son éstas, por cierto, las únicas coincidencias y
afinidades que tiene con el Amauta. Entre ellas, quizás una de las más notables
es la centralidad que ambos le otorgan a los procesos educativos y a la
formación política en el marco de sus respectivos proyectos emancipatorios,
algo que los sitúa entre los revolucionarios más sugerentes y originales de
Nuestra América.
En el caso específico del Che, es conocida su
afición constante por el conocimiento y la investigación de la realidad
latinoamericana, en aras de su radical transformación, desde sus tempranos años
de joven estudiante de medicina. Será durante ese trashumante periplo -realizado
entre 1951 y 1955- que se irá politizando a partir de la experiencia concreta y
el contacto directo con territorios y vivencias de lo más diversas, signadas en
la mayoría de los casos por la pobreza y la opresión extrema. De ellas deja un
minucioso registro en sucesivos diarios de viaje, donde las reflexiones
filosóficas y políticas se conjugan con poemas y cartas intimistas, así como en
artículos periodísticos que publica en Centroamérica y en apuntes de lecturas o
anotaciones bibliográficas, que llegan a involucrar como propuesta la futura
elaboración de un libro, sobre la función social del médico en los lugares más
postergados de nuestro continente. Este prolongado e intenso período iniciático
marca a fuego a Ernesto Guevara, como atento estudiante de esa frondosa y
compleja escuela a cielo abierto que constituye para él América Latina, a tal
punto que en las hojas donde brinda testimonio de su primer viaje escribe: “este vagar sin rumbo por nuestra ‘Mayúscula
América’ me ha cambiado más de lo que creí”, y en vísperas de su cumpleaños
número 24 sentencia de manera premonitoria que “aunque lo exiguo de nuestras personalidades nos impidan ser vocero de
su causa, creemos, y después de este viaje más firmemente que antes, que la
división de América en nacionalidades inciertas e ilusorias es completamente
ficticia”.
Tras una breve estancia en la Guatemala de
Jacobo Arbenz, para cuyo gobierno pone a disposición sus conocimientos médicos
y su compromiso militante en defensa de los intereses populares frente a la
arremetida golpista liderada por Castillo Armas, recala en México, donde conoce
al núcleo de exiliados cubanos que darán origen al Movimiento 26 de Julio, y se
embarca en el proyecto de liberar definitivamente a la isla caribeña del yugo
que la oprimía. La Sierra Maestra será su segunda escuela sin tinglado. En ella
alterna en un comienzo su rol de médico y combatiente, e impulsa ya como
guerrillero -luego de abandonar su botiquín y resolver “el dilema de elegir entre la medicina y mi deber de soldado revolucionario”–
espacios de alfabetización y educación popular junto con el campesinado.
Asimismo, en 1957 crea Radio Rebelde y el
periódico El cubano libre, con similares fines formativos y de concientización
de las y los guajiros. Sin duda que tanto el Che como Camilo Cienfuegos -y más
aún el propio Fidel- cumplieron no solamente un papel descollante, sino incluso
único, en el proceso revolucionario cubano. El Che llegó a plantear como
hipótesis que sin Fidel la revolución no hubiese sido siquiera posible (al
respecto, vale la pena leer su maravilloso y formativo texto titulado “Cuba: ¿excepción histórica o vanguardia de
la lucha anticolonista?”).
Sin embargo, es importante incluir y ponderar
sus aportes y su rol dirigente, en el marco de un proceso sumamente complejo y
multifacético, de sujetos, organizaciones, geografías y variadas relaciones de
fuerzas, así como temporalidades y ritmos históricos diversos. En particular,
revalorizar en ese marco el papel del campesinado como sujeto político y
educador colectivo, pero también el del movimiento obrero y el de la juventud,
así como el protagonismo estudiantil y el de las mujeres, que en muchos casos
quedan opacados o directamente se omiten en el relato épico militante (¿o acaso
fueron sólo “barbudos” quienes
entraron triunfantes a La Habana?). Un interesante y pedagógico escrito del Che
que apela a una lectura de este tipo es “Lo
que aprendimos y lo que enseñamos”. Publicado significativamente el 1 de
enero de 1959 en el periódico Patria, en él aparece el mutuo aprendizaje y la
reciprocidad de saberes (es decir, no la dicotomía saber/no saber, sino la
diferencia y complementariedad de saberes) que circulan entre el núcleo inicial
del Movimiento 26 de Julio y las masas campesinas de la Sierra Maestra, durante
ese conocerse y reconocerse como partes fundantes de un mismo proyecto
revolucionario.
El año 1959 oficia de parteaguas en Cuba e
incluso a escala continental y mundial. Para el Che, es el cierre de un período
de lucha encarnizada y a la vez el inicio de un proceso de sistematización -de “teorizar lo hecho”, de acuerdo a sus
propias palabras- y de enorme aprendizaje colectivo, pero también de apuesta
estratégica por sentar las bases de la nueva sociedad en gestación, es decir,
de la autodeterminación del pueblo cubano sin copiar modelos ni implantar
receta alguna. En este contexto convulsionado -donde de lo que se trataba era
de incendiar el Océano, según la emotiva anécdota relatada por Fernando
Martínez Heredia-, el papel del Che es clave en la batalla de ideas y en la
disputa cultural en favor de un socialismo anti-burocrático y participativo,
cuya columna vertebral debía ser la creación del hombre y la mujer nuevos,
desde una perspectiva integral. En cada una de estas apuestas
pedagógico-políticas, al Che lo obsesiona aportar a la creación de las
condiciones subjetivas que fortalezcan el proyecto emancipatorio en curso, y
dentro de él aprender y enseñar a analizar con cabeza propia, ya que como supo
afirmar ese magistral educador popular que fue Fidel Castro, durante los
convulsionados primeros años de la revolución cubana, no se trataba “de adoctrinar, de inculcarle de ‘a porque
sí’ algo a la gente, sino de enseñar a analizar, de enseñar a pensar, a darles
elementos de juicio para que comprendan” por sí mismos. A la vez, este
planteo se combinaba con la necesidad de que la formación política fomente la
organización revolucionaria, en la medida en que, al decir del Che, “si no existe organización, las ideas,
después del primer impulso, van perdiendo eficacia, van cayendo en la rutina,
en el conformismo y acaban por ser simplemente un recuerdo”.
Es interesante también recordar que la manía
de llevar cuadernos de viaje o diarios de campaña, no es un rasgo sólo de su
momento juvenil, sino que esta presente en el Che hasta sus últimos días de
vida, en tanto compromiso personal de asumir al registro y la transcripción en
apuntes, de lo sentido, reflexionado y vivido, como parte ineludible de los
procesos de lucha y construcción política colectiva. Este conjunto de borradores
debe concebirse una dimensión central de la obra militante del Che, ya que en
ellos el pensamiento autónomo y la “teorización
de lo hecho” darán vida a textos emblemáticos para el estudio riguroso de
-y la intervención activa en- los procesos emancipatorios de Cuba y de Nuestra
América, entre los que se destacan Pasajes
de la guerra revolucionaria y Guerra
de guerrillas. Sin embargo, este tipo de materiales no constituyen una
cantera de tácticas y estrategias correctas para todo tiempo y lugar. Antes
bien, ofician de estímulo -o brújula amautica- para la reflexión y la acción
distantes de todo dogmatismo, ya que el estudio específico de cada realidad
concreta es uno de los principios básicos del marxismo, por lo que tal como
llega a expresar de manera lapidaria en una de sus cartas el Che, los manuales
tienden a desvirtuar los fundamentos del marxismo o a reducirlos a un dogma, en
particular los “ladrillos” elaborados
por la URSS, debido a que “tienen el
inconveniente de no dejarte pensar; ya que el partido lo hizo por ti y tú debes
digerir. Como método, es lo más antimarxista, pero además suelen ser muy malos”.
No obstante, sería injusto reducir la
concepción de la formación política en el Che, a la lectura y al estudio
colectivo del marxismo, o incluso de otras tradiciones revolucionarias ajenas a
él, pero imprescindibles para todo/a militante crítico, salvo que se pretenda
reducir toda cultura emancipatoria a mero “seguidismo
ideológico”, tal como denuncia en aquella misma epístola. De acuerdo a Guevara,
la emulación, el trabajo voluntario y el ejemplo cotidiano son enormes
formadores de conciencia, la arcilla o base sobre la cual prefigurar una
subjetividad contraria a la que nos impone el capitalismo como sistema de
dominación múltiple. En efecto, la escritura y difusión de textos como El
socialismo y el hombre nuevo en Cuba -donde afirma que durante la edificación
del socialismo “la sociedad en su
conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela”-, tiene como
presupuesto a las numerosas jornadas de trabajo voluntario en las que participa
tanto en el campo como en la ciudad, al igual que la enconada polémica en torno
a la importancia de los estímulos morales (y como contra-cara, la furibunda
crítica a la pretensión de querer “construir
el socialismo con las armas melladas del capitalismo”), resulta impensable
sin las batallas diarias que libra como presidente del Banco Nacional o en
tanto Ministro de Industrias (donde fomenta, además, seminarios de lectura
detallada de El Capital entre sus empleados e incluso junto a otros
activistas), o en todo su itinerario global como internacionalista activo y
solidario en África, Asia y América Latina. Estas y otras iniciativas
desplegadas dentro y fuera de Cuba, en conjunto, constituyen el ejemplo más
cabal de esa amalgama y unidad indisoluble entre formación teórica y
aprendizaje práctico, entre pensamiento crítico y acción transformadora, como
faro estratégico a lo largo de su ajetreada vida.
Así como advierte contra la creación de “asalariados dóciles al pensamiento oficial”
y “‘becarios’ que vivan al amparo del
presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas”, reconoce públicamente
ante la juventud cubana que “todos somos
convalecientes de ese mal, llamado sectarismo”. A contrapelo de estas
tendencias, la formación y el estudio anti-dogmático, al igual que la praxis
colectiva solidaria, deben de acuerdo al Che despojar las viejas taras y
ataduras inscriptas en las conciencias y acciones de las clases populares. En
franca polémica con aquellos sectores más conservadores o pragmáticos del
proceso en Cuba, afirma: “Nosotros no
concebimos el comunismo como la suma mecánica de bienes de consumo en una
sociedad dada, sino como el resultado de un acto consciente; de allí la
importancia de la educación y, por ende, del trabajo sobre la conciencia de los
individuos en el marco de una sociedad en pleno desarrollo material”. Se
trata, por tanto, de potenciar el “desarrollo
al máximo de la sensibilidad ante cualquier injusticia”, “ir con afán investigativo y con espíritu
humilde a aprender en la gran fuente de sabiduría que es el pueblo”,
practicar “constantemente la discusión de
los problemas a todos los niveles”, la “autocrítica
como una tarea constante”, y “hacer
hincapié en los errores, descubrirlos y mostrarlos a la luz pública para
corregirlos lo más rápidamente posible”. Cada una de estas máximas son para
el Che anticuerpos certeros contra la burocratización y el estancamiento del
pensamiento crítico, y en tanto y cuanto se ejerciten a diario, aceleran la
creación de esa subjetividad irreverente, nutrida por grandes sentimientos de
amor y que torna irreversible el tránsito hacia el socialismo, ya que la
construcción de la mujer y el hombre nuevos no pueden, según él, forjarse a
partir de la imposición: “no se puede
directamente por decreto -dirá- cambiar la manera de pensar de la gente, la
gente tiene que cambiar su manera de pensar por convencimiento propio”. En
última instancia, de lo que se trata para el Che es de convencer para vencer.
En esta tarea titánica de construcción del
socialismo, la juventud cumple un papel fundamental, y uno de sus deberes es “empujar, dirigir con el ejemplo la creación
del hombre del mañana. Y en esta creación, en esta dirección está comprendida
la propia creación”. Ruptura de la enajenación y ejercicio de la
creatividad colectiva son procesos simétricos, que incluyen la lucha frontal
contra todo tipo de conformismo y también la necesidad del relevo generacional
de cara a un futuro que se prefigura en el presente. Aquí, nuevamente, la labor
formativa de aquellos/as más jóvenes y el despojarse de cualquier privilegio o
cargo burocrático, es algo prioritario y saludable para el Che: “Creo que hemos desempeñado con cierta
dignidad un rol importante”, les confiesa con suma humildad, “pero este rol no sería completo si no
supiéramos retirarnos a tiempo. Otra tarea de ustedes es crear gente que no
reemplace, de modo que el hecho de que seamos olvidados como cosas del pasado,
sea una de las señales del rol de toda la juventud y de todo el pueblo”.
Resulta emblemático que hasta en el momento de
su caída en combate en la selva boliviana, el Che lleva encima un gran morral
de cuero con diversos libros y con su infaltable cuaderno de apuntes. Lo
antiguerrillero por definición: un enorme peso a cuestas para garantizar la
autoformación y el registro cotidiano, en una coyuntura de movilidad constante
y huida, asediado por cientos de soldados. Ya herido, incluso el tramo final de
su vida lo transita en una escuela, y es una maestra la única que lo auxilia y
le acerca un plato de guiso. Frente a eso, como supo recordar magistralmente
Ricardo Piglia, las últimas palabras del Che son pedagógicas al extremo, porque
corrige lo que hay escrito en la pizarra de la escuelita de La Higuera. Con su
manía formativa hasta la muerte, le comenta a la mujer que le falta un tilde a
la frase “Yo se leer” (¡sí, saber era
el verbo conjugado en ella!). Esta escena militante hasta el último soplo de su
agonía, como proceso dialógico y de enseñanza también, curiosamente con una
maestra, dice mucho respecto de aquella invariante vocación de estudio y
formación permanente en el Che.
Hace algunas décadas, Pablo González Casanova
escribía desde La Habana que América
Latina es uno de los continentes en que más y mejor se piensa. Pero también
se lamentaba de que no sabemos hacer eco
de las transformaciones e interpretaciones del mundo, que con la vida hacen
nuestros mejores hombres, recreando las ideas y prácticas pasadas. Es muy
probable que tuviera en mente, en aquel primer territorio libre de América, al
Che, nuestro pedagogo de la revolución.
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