El 26 de julio de 1968 la represión
hace crecer la protesta
La Voz del Anáhuac
26 julio, 2017
Por
primera vez marchábamos juntos
estudiantes politécnicos y universitarios. Unos protestando contra la
brutalidad policíaca, solidarizándose con la Revolución Cubana los otros.
Luego de dar la espalda a los charros
de la FNET en el Casco de Santo Tomás, los politécnicos nos dirigimos al
Zócalo. Nos encontramos con los universitarios que manifestaban apoyo a Cuba en
el Hemiciclo. Se informó de lo que sucedió en la Vocacional 5 el día 23 y
decidieron acompañar la protesta en el Zócalo. Ahí es donde se debía protestar,
ahí está el DDF, dependencia que controla a los cuerpos policíacos capitalinos.
Caminamos por Madero rumbo al Zócalo.
Pero al llegar a la calle de Palma, encontramos la calle bloqueada por
granaderos, cerrando el paso. No nos dejarían avanzar más. Tampoco había
salida: quedamos encajonados pues en Bolívar cerraron el cerco. El bloque de
granaderos de Bolívar comenzó a avanzar hacia Palma, compromiendo a golpes el
contingente estudiantil. Al frente, en el cruce con Palma, los granaderos
abrieron un estrecho pasillo para dejarnos salir, no sin antes macanear a
cuantos pudieron. Ahí comenzó la desbandada. Unos alcanzaron a refugiarse en
comercios que aún no bajaban sus cortinas, otros corrieron por otras calles,
algunos más corrieron hacie el Barrio Universitario, y hubo quiees regresaron a
la Alameda.
En la carrera algunos compañeros vieron que extrañamente los botes de
basura estaban volcados y que dentro de ellos había piedras. Algunos tomaron de
esas piedras para defenderse de los policías. Pero hubo otros que las
utilizaron para romper escaparates de joyerías, vinaterías y armerías, y las
saquearon. Después supimos que quienes hicieron esto fueron grupos de choque
del DDF (ya existían los que serían nombrados como Halcones), tenían la orden de realizar actos de destrucción y
saqueo para luego culpar de ellos a los estudiantes.
Los que huyeron hacia el Barrio Universitario fueron perseguidos hasta
allá por los granaderos y policías de civil. Golpearon y arrestaron a los que
alcanzaron, pero también arremetieron contra los preparatorianos que salían de
clases. Estos se defendieron y se refugiaron en la Preparatoria 3, que ocupaba
entonces el viejo Colegio de San Ildefonso, una construcción de la época
colonial que, por sus altas murallas sería buen lugar para ponerse a salvo y
resistir el ataque policíaco. Ahí algunos subieron a las azoteas y lanzaron
cuanto pudieron: piedras, ladrillos, cascajo, para defenderse.
Desde esa noche el Barrio Universitario quedó sitiado por los granaderos,
hasta el lunes 29, cuando la policía recibió la orden de retirarse y dejar a
las autoridades universitarias el control.
Mientras tanto, durante los días sábado 27 y dimingo 28, los estudiantes
del IPN nos reagrupamos. Hubo reuniones en la Escuela Superior de Economía para
hacer el recuento de los daños: cuántos detenidos y de qué escuelas, cuántos
heridos y si se les atendía en algún hospital o en sus casas. Muchos no
aparecían. Empezó a crecer el rumor de que había muertos. A juzgar por la
desmedida brutalidad, no lo dudábamos.
Esa noche nos enteramos de que había otros detenidos que no estuvieron
en la manifestación. La policía allanó las oficinas del Partido Comunista
Mexicano y los talleres de impresión de su periódico La Voz de México,
arrestando a los que ahí se encontraban. El algún café fueron detenidos algunos
miembros de la Juventud Comunista de México y de la Central Nacional de Estudiantes
Democráticos que ahí acostumbraban reunirse. Tampoco estuvieron en la
manifestación. ¿Por qué los arrestaban?
Pronto sabríamos la razón: desde entonces el gobierno se dedicó a justificar la represión achacando los
desórdenes a una supuesta “conjura comunista”.
También se nos acusaría de que queríamos “boicotear los juegos olímpicos”.
Lo de la “conjura comunista”
era ya un viejo cuento utilizado por los gringos ante cualquier conflicto en el
mundo para justificar sus
intervenciones armadas contra los países que se resistieran a ser dominados por
el imperialismo. Pero acusar de eso al Partido Comunista Mexicano era absurdo.
Ese partido había comenzado años atrás a pedir su registro legal, quería ser
parte del juego electoral y dispuesto a demostrarle al gobierno su voluntad
institucional. Para nada tenía planes subversivos.
Eso era muy extraño. Lo que no nos extrañó fue la forma en que los
dirigentes de la FNET se pronunciaron. Desde que los dejamos hablando solos en
el Casco nos acusaron de “provocadores”
y “agitadores”. Dieron parte a la
policía de que su mitin había concluido en paz y que los que nos dirigíamos al
Zócalo éramos arrastrados por “gente
extraña”. Luego de la represión del 26 de julio se sumaron al coro
oficialista de la “conjura comunista”,
de castigo ejemplar a los “agitadores”
que sólo buscaban “sembrar el caos y el
desorden” y a suplicar al gobierno liberar a los “verdaderos estudiantes” que por error quisimos protestar en el
Zócalo.
El 29 de julio hicimos asambleas en la mayor parte de las escuelas del
IPN, comenzando así un movimiento del que aún no imaginábamos las dimensiones
que alcanzaría.
Esta es la segunda entrega de una serie de artículos que aquí estaremos
publicando en este 49 aniversario del Movimiento Estudiantil-Popular de 1968.
La primer entrega fue publicada aquí:
1968: De
la protesta por la brutalidad policíaca a la lucha por las libertades
democráticas
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