El
gobierno se comporta como una red de empresas: arrogante, desordenada y cínica
Herman
Bellinghausen
(Postales
de la revuelta)
Desinformémonos, periodismo de abajo
16 julio, 2017
Podremos seguir culpando a las teorías
económicas del libre y salvaje mercado, mal llamadas neoliberales (un nombre impreciso y benigno), pero la verdadera
razón del estado lamentable en que se encuentran la Nación y los mexicanos está
en el comportamiento esencialmente corrupto del gobierno de Enrique Peña Nieto.
Quizá no sea el gobierno nacional que ha robado más (aunque bien podría serlo);
sí el que ha robado peor. Por dos razones: porque todos nos damos cuenta, y
porque los efectos de su rapiña han dañado sin precedente el aspecto físico y
social de México.
No es que uno
culpe “de todo” al gobierno. Y menos
un gobierno que, muy a tono con su doctrina económica (de la que su colega y némesis Donald Trump es una versión
recargada), cede poder de decisión y soberanía para entregarlo a particulares y
gobiernos extranjeros. A consejos de administración, gerencias y casas matrices
lo mismo da si en China, Polanco o Nueva York, hoy que el capital no tiene
patria. Pero sigue habiendo multitud de tareas que, por ley, presupuesto y
continuidad histórica (esa cosa que odian) les corresponden a los gobernantes
para el beneficio de toda la población. Entre ellas cuidar de nuestra
seguridad; impartir una educación gratuita y con identidad nacional; velar por
la salud y su atención adecuada; construir y mantener las vías de comunicación
humanamente necesarias; cuidar el medio ambiente; escuchar lo que quiere la gente
(y sólo no andar cumpliendo “compromisos”
de utilería); aplicar con justicia leyes justas; apoyar la creación y promoción
humanística y científica; representarnos con dignidad en el actual desconcierto
de las naciones. Tareas obvias en las que éste y los gobiernos precedentes nos
vienen quedando a deber a los ciudadanos. De hecho su deuda es grande, amerita
cárcel. O qué, ¿nomás los duartecillos
son culpables? Son meros fusibles. Dicho de otro modo: Lula, recientemente
condenado en tribunales, ¿en términos de corrupción es remotamente comparable
con los últimos presidentes de México? ¿Les cae?
El problema
con este gobierno es que se comporta como una empresa, o red de empresas,
arrogante y desordenada. Cínica. Todo se resume en una palabra: impunidad. De
allí procede buena parte del desorden criminal que trae a México por la Calle de la Amargura: es tanta la
impunidad que necesita hoy el Estado, en tantos “episodios” balconeados (escándalos de prensa habitualmente bajo
control de daños), que la impunidad escurre por todos lados y deja a la
sociedad a merced del Más Ojete. En
todas partes aparece uno, y con él varios; en cada colonia, barrio, cuadra,
pueblo, escuela, partido político. Redes familiares y de complicidad criminal
han convertido a México en el Rey de la
Nota a Roja a nivel internacional.
Uno de los
muchos desórdenes que arrastran nuestros gobiernos es el de sus policías.
Siendo la línea de flotación para el cumplimiento de la ley, las corporaciones
municipales, estatales y federales han demostrado incontables veces que operan
en concierto con bandas criminales o políticos corruptos (y criminales). Sus
cuadros de élite engrosan las filas de los cárteles. En menos de 20 años el
Estado recicló, renombró y reorganizó repetidamente sus policías sin mayores
resultados.
Alguien que se
siente obligado a tapar un elefante-en-el
cuarto tan grande como la matanza de Iguala y los 43 desaparecidos de
Ayotzinapa, que necesita tanta saliva y cara dura para sostener una “verdad histórica” de principio a fin
inventada, necesita repartir impunidad a diestra y siniestra. Se vuelve difícil
de controlar. Cada episodio de muertes, de bienes mal habidos, de fraudes y
engaños a la población, de represiones y criminalizaciones sin rendición de
cuentas, abona terreno para la corrupción generalizada. La gangrena del Estado
se extendió a regiones enteras de casi todas las entidades federativas:
familias desgarradas, hijas perdidas o prostituidas, hijos sicarios, mulas o
esclavos. Entre los desaparecidos en México están los valores de la convivencia
social.
El país no
sólo necesita reconciliarse y volverse a construir por adentro; le urge
aliviarse de sus gobernadores, presidentes, secretarios de Estado, directores
generales, comisionados, comandantes, legisladores vendidos, presidentes
municipales. El sistema de instituciones que administra las funciones de
gobierno la han convertido en una cadena tapaderas que se protegen unas a
otras. Ya no les alcanzan las tapaderas y las lápidas para cubrir la inmensa red de agujeros que nos dejan como
herencia.
Un socavón en plena cara
En un país menos desmembrado que el
nuestro, la tragedia del Paso Exprés en Cuernavaca sería la tormenta perfecta
para hacer reventar las simulaciones gubernamental-empresariales que rigen
nuestros días a escala nacional y en cada lugarcito. Ejemplifica lo que hacen
con lo que despojan a la población, lo que adulteran cuando construyen, lo que
ganan cuando nos engañan. Ocurrió en el corazón del estado de Morelos, donde
los escándalos depredadores de la “inversión”
estatal, claros como el agua enlodada, tienen como epicentro, por ahora, a
Tepoztlán y la autopista programada para abrirles paso a tráileres de doble
remolque y crecientes manadas de turistas onda Six Flags. En una de las entidades más invadidas por el crimen
organizado y su ordalía de secuestros, tráfico violento de drogas, lavado de
dinero y despojo territorial que tiene a buena parte de los morelenses contra
la pared.
El gobierno
estatal de “izquierda” de Graco
Ramírez y su familia, con los socios del caso, igual que en todas partes
(Mancera y Eruviel, sus vecinos, no
cantan mal las rancheras en el rubro de la destrucción-construcción
millonaria en campos y urbes) es proclive a ocultar, dividir, fintar a los
tepoztecos, como en su momento hizo en Cuernavaca o Cuautla. Su desempeño
embona perfectamente con sus presuntos rivales partidarios, el gobierno
federal, priísta, y el municipal de Cuernavaca, futbolista.
Enrique Peña
Nieto no es el primer presidente que inaugura con pompa y circunstancia, presumiendo
los logros de su reinado, una obra espectacular que resulta un fraude. Ha
ocurrido con hospitales sin equipo, carreteras y edificios inconclusos (hasta
el Senado), puentes que se derrumban, carreteras que se hunden. Recuerdo cuando
Ernesto Zedillo voló a Pantelhó en los Altos de Chiapas para inaugurar la
carretera a San Cristóbal de las Casas, mientras dos tramos intermedios la vía
asfáltica se habían desbarrancado y eran una trampa mortal. Claro, no tan
neurálgica y transitada como el Paso Exprés en la otrora ciudad de la eterna
primavera.
Estamos
hablando de la especulación territorial e inmobiliaria, en las asignaciones
discrecionales (pese a lo licitadas que nos las presenten) para empresas
constructoras, de materiales, transporte y demás que se sacan una y otra vez la
lotería. Pocos negocios históricamente tan jugosos en el gobierno como las
Comunicaciones y las Obras Públicas. El actual titular de la Secretaría de
Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza, lleva lo que va del sexenio
protagonizando construcciones e inauguraciones en technicolor por toda la República con el presidente al lado. Con
toda la inversión para con los cuates que eso significa. La joya de la corona será el dichoso Nuevo Aeropuerto de la Ciudad
de México, que hoy destruye irremisiblemente las mejores tierras de Texcoco
luego de pasar por encima de los pueblos de San Salvador Atenco y vecinos. Con
impunidad absoluta.
¿Qué tal la
intransitable, ¡en un 50%!, carretera Mezquital-Tepic, inaugurada en 2013?
(nomás por revisar noticias de la semana). ¿Cuál es el porcentaje de carreteras
federales intransitables o seriamente dañadas? ¿La inversión en juego justo
ahora para reparar, construir, recuperar a precios inflados las carreteras y
autopistas, al grado de hacerlas intransitables, de parte de la SCT (y los tráileres
haciéndonos a un lado con riesgo de nuestras vidas)?
Que se les
hunda así nomás una autopista flamante y céntrica no es sólo mala pata. Es justicia poética (ya que no hay de la otra). Y tragedia: causó la
muerte a un padre y un hijo. Gente. Ahora existen motivos fundados para dudar
de toda esa ambiciosa obra de ingeniería que no pasa de mal chiste. ¿Cuántos
miles y miles de viajeros oyen, ven o leen la noticia pensando: “pude ser yo”?
Esa es la
moraleja del estado actual de las tierras mexicanas, donde se suceden masacres,
batallas de distintos tipos (generalmente criminales), la fiebre inmobiliaria
que está ahogando la capital del país (otro gobierno “de izquierda”), la simulación del empleo (con los peores sueldos y
derechos laborales del mundo), el despojo depredador y letal del corazón de las
tinieblas extractivistas, si no es que la muerte o violación o asalto a la
vuelta de la esquina: pude ser yo.
De nuevo, como
con Ayotzinapa o Nochixtlán, se
investigará-hasta-dar-con-los-culpables. Es decir, el Estados buscará la
forma de embaucarnos y salir del paso. O hasta que el siguiente escándalo lo
alcance. Quemará algunos fusibles, aunque los atlacomulcos se han mostrado impermeables a la vergüenza y entre sí
no se tocan. Pero el socavón de Cuernavaca es ya un hoyo negro en el corazón
del gobierno en fuga de Peña Nieto y colaboradores.
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