Trumpismo y la Nueva Economía Global
William
I. Robinson, Profesor de Sociología, Universidad de California-Santa Bárbara.
América
Latina en Movimiento
26
julio, 2017
ALAI AMLATINA, 26/07/2017.- La
decisión del gobierno del Presidente Donald Trump de renegociar con México el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha sido interpretado por
la mayoría de los comentaristas como la salva de arranque de una nueva oleada
de proteccionismo estadounidense. Pero el discurso público de Trump no
debe confundirse con la esencia del programa económico de su gobierno y las
probables políticas comerciales. Una explicación mejor para la
renegociación –la que podría arrancar tan temprano como a mediados de agosto–
reside en la transformación de la economía norteamericana y global en los años
posteriores a la puesta en vigencia en 1994 del TLCAN.
La región económica
norteamericana forma parte de un sistema globalizado de producción y
finanzas. Aunque tuvieron motivación para hacerlo, las elites políticas y
económicas estadounidenses no podrían desenmarañar a Estados Unidos (o a la
región norteamericana) de la vasta red de cadenas de subcontratación y “outsourcing” (externalización) que
caracteriza la economía global. Trump y los multimillonarios que
conforman su gabinete son parte de la clase capitalista transnacional. El
imperio empresarial de la familia de Trump se extiende sobre el mundo,
incluyendo fábricas en México que se aprovechan de la mano de obra barata para
exportar a Estados Unidos gracias a las disposiciones del TLCAN.
Trump atacó al TLCAN durante
su campaña electoral como parte de su estrategia de obtener una base social
entre sectores de la clase obrera estadounidense, desproporcionadamente blanca,
quienes enfrentan una cada vez mayor inseguridad y el deterioro de sus
condiciones de vida como resultado de la globalización capitalista. Ningún
candidato puede aspirar a ser electo a la presidencia sin presentar un mensaje
populista. También fue obligada Hillary Clinton a declararse durante la
campaña en contra del Acuerdo de Asociación Trans Pacífico (conocido por sus
siglas en inglés como TPP) que Trump echó a la borda una vez que tomó posesión,
y al igual que Barack Obama fustigó contra la globalización y sus efectos
devastadores para los trabajadores cuando él se postuló para la presidencia.
Pero más allá del discurso
público, no hay nada populista en las políticas que hasta la fecha el gobierno
de Trump ha planteado. El “Trumponomics”
abarca la desregulación total, recortes del gasto social, el desmantelamiento
de lo que aún queda del Estado de bienestar social, las privatizaciones, la reducción
de los impuestos a las corporaciones y los pudientes, y una expansión de los
subsidios estatales al capital – en fin, el neo-liberalismo en
esteroides. La elite política estadounidense se ve muy dividida y sumida
en luchas internas, pero los empresarios e inversionistas están en su mayor
parte encantados con el programa neo-liberal de Trump, como lo indica el fuerte
aumento de la bolsa de valores en los meses posteriores a su elección.
De la
economía industrial a la economía digital
Cuando fue negociado el TLCAN a principios de los años
90, las compañías más grandes en Estados Unidos eran las de automotriz, de
electrodomésticos, y de máquinas-herramientas, mientras la manufacturera aun
impulsaba la economía estadounidense. Al momento que el TLCAN entro en
vigencia en 1994, la Organización Mundial de Comercio (OMC) aun no existía,
pocas personas utilizaban el internet, y apenas las computadoras entraban en
uso generalizado pero aun no existía la economía digital. Las
negociaciones del libre comercio tuvieron en aquel entonces como objetivo
principal el establecimiento de un sistema globalizado de producción por medio
del levantamiento de las barreras nacionales al movimiento transfronterizo de
los bienes. Este objetivo fue logrado gracias al TLCAN, junto con la
creación de la OMC en 1995, y la subsiguiente aprobación, entre 1995 y 2016, de
una cantidad extraordinaria de 400 acuerdos comerciales internacionales, de
acuerdo con los datos de la OMC.
Pero desde que el TLCAN y la
OMC entraron en vigencia la economía global ha seguido su proceso de desarrollo
y transformación. En particular, la transnacionalización de los servicios
y la emergencia de la llamada economía digital y de datos –incluyendo las
comunicaciones, la informática, la tecnología de plataforma y digital, el
comercio electrónico, los servicios financieros, el trabajo profesional y
técnico, y un sinfín de otros productos no tangibles tales como la
cinematografía y la música que requieren protecciones de propiedad intelectual-
se han colocado al centro de la agenda capitalista global. De hecho, el
crecimiento mundial del comercio en servicios ha superado por mucho el de los
bienes en el último cuarto de siglo. Ya para 2017, los servicios
representaban aproximadamente el 70 por ciento del producto mundial bruto.
Por un lado, Estados Unidos
lidera el camino en el desarrollo de la economía digital y les corresponde a
los servicios la mayor cuota de crecimiento de las exportaciones. Estados
Unidos registró en 2016 un déficit comercial de $750 mil millones de dólares
con el resto del mundo en cuanto a exportaciones de bienes, sin embargo
registró ese año un superávit de $250 mil millones en la venta de
servicios. En 2016 Estados Unidos tuvo un déficit comercial con México de
$64 mil millones en concepto de exportaciones e importaciones de bienes, pero
registró un superávit de casi $7 mil millones en el comercio de servicios con
ese país, de acuerdo con los datos de la Oficina del Representante de Comercio
de Estados Unidos.
Por el otro lado, México
rápidamente realiza una transición hacia la economía digital. El valor de
los servicios de la informática en 2016 ascendió a $20 mil millones y se espera
que se vayan incrementando año por año en un 15 por ciento. Los
empresarios mexicanos de la alta-tecnología se vanaglorian del surgimiento de
los valles de silicio en la Ciudad de México y en Guadalajara, las dos ciudades
más grandes del país.
El TLCAN no incluía
disposiciones relacionadas con el comercio digital. Además, no incluía
estipulaciones en cuanto a las empresas estatales y el sector energético
mexicano, ni tampoco obligó a México a reformar su código laboral o a abandonar
una cantidad de prácticas regulatorias. Aunque el gobierno mexicano del
Presidente Enrique Peña Nieto ha permitido la participación de las compañías
energéticas extranjeras en la exploración y la producción por primera vez desde
que el país nacionalizó el petróleo en 1938, el sector energético en su mayor
parte aún sigue siendo nacional y público. Y los sucesivos gobiernos
neo-liberales en México no han podido avanzar mucho en sus esfuerzos por
reformar el código laboral y levantar las regulaciones en cuanto a la
contratación de los trabajadores con el fin de flexibilizar a la mano de obra.
El representante
estadunidense de comercio Robert Lighthizer, quien representará a Estados
Unidos en la renegociación del TLCAN, fue explícito en declarar que el objetivo
de la renegociación es “modernizar” y
“actualizar” el acuerdo. “El
TLCAN fue negociado hace 25 años,” dijo, “y mientras han cambiado
considerablemente nuestra economía y nuestros negocios, el TLCAN no ha
cambiado.” En particular, dijo, el “comercio
digital” apenas había empezado cuando el TLCAN entró en efecto. Son
necesarias nuevas disposiciones relacionadas con el comercio digital y la
propiedad intelectual, afirmó. Lejos del proteccionismo, al insistir en
renegociar el TLCAN y otros aspectos del régimen comercial global, Estados
Unidos funge para bajar las barreras nacionales al comercio digital y de servicios
que constituyen ahora la vanguardia de la economía global, es decir, Estados
Unidos promueve la nueva generación de la globalización.
¿Porque
la retórica nacionalista, populista, y proteccionista?
El intento de explicar las relaciones comerciales,
económicas e internacionales desde una perspectiva anticuada del estado-nación
oscurece más que aclara las dinámicas del nuevo capitalismo global. Si
bien es cierto, si apartamos el comercio de servicios, que Estados Unidos tiene
un enorme déficit comercial con México, al igual que con China y muchos otros
países, el hecho es que las exportaciones que van desde el territorio mexicano
al territorio estadounidense no son exportaciones “mexicanas”. Más bien son exportaciones de centenares de
corporaciones transnacionales de todas partes del mundo que operan en
territorio mexicano y que mueven sus productos por las vastas redes de la
economía global. Las exportaciones de bienes desde México a Estados
Unidos son exportaciones no de un estado-nación sino de estas corporaciones
transnacionales que cruzan numerosas fronteras en sus operaciones
globales. Las estadísticas comerciales nacionales esconden la esencia
transnacional de la nueva economía global, y con ello, las relaciones
transnacionales de clase detrás de muchas dinámicas políticas internacionales
contemporáneas.
¿Entonces, por qué Trump ha
atacado a México mediante un discurso que es nacionalista, populista, y
proteccionista, para no mencionar profundamente racista? Para contestar
esta pregunta, hay que identificar una contradicción fundamental en el
capitalismo global: la globalización económica se lleva a cabo dentro de un
sistema de autoridad política basada en el estado-nación. Esta
contradicción genera un sinfín de dilemas para los estados y para la elite transnacional.
La legitimidad de los gobiernos depende del crecimiento, la generación de
empleos, y la prosperidad. Pero en la época de la globalización los
gobiernos dependen de atraer a sus territorios nacionales la inversión
corporativa transnacional, lo que a cambio se logra con la provisión al capital
de los incentivos relacionados con el neo-liberalismo –la presión para abajo
sobre los salarios, la desregulación, la austeridad, etc.– que terminan
agravando la desigualdad, el empobrecimiento, y la inseguridad para las clases
trabajadoras.
Para decirlo en términos
académicos, los estado-naciones enfrentan una contradicción entre su necesidad
de promover la acumulación transnacional en sus territorios y su necesidad de
lograr la legitimidad política. Los gobiernos alrededor del mundo han
venido experimentando cada vez más agudas crisis de legitimidad frente a las
desigualdades sin precedente que produce la globalización. Esta situación
genera políticas desconcertantes y aparentemente contradictorias.
El Trumpismo es una
respuesta ultra-derechista a la crisis de legitimidad que descansa sobre un
mensaje populista y nacionalista dirigido en particular a aquellos sectores de
la clase obrera, desproporcionalmente blanca, que enfrentan condiciones
laborales y sociales cada vez más precarias. La fanfarronería imperial y
el discurso racista, basados en parte en despertar el sentimiento anti-mexicano
y anti-inmigrante, es una apelación a estos sectores a que canalicen su temor e
inseguridad hacia una conciencia racista de su condición.
Por lo tanto, la agenda
mexicana de Trump no puede verse separada del recrudecimiento de la guerra
contra los inmigrantes, en particular aquellos de México y de
Centroamérica. La criminalización de los inmigrantes, el fuerte
incremento de las redadas y las detenciones, y la retórica de “construir el muro”, forman parte de una
estrategia más amplia de desarticular la organización política y la resistencia
que se extienden entre las comunidades inmigrantes en años recientes. No
es de sorprenderse que la reciente oleada de detenciones y deportaciones de
inmigrantes de México y Centroamérica han hecho blanco en particular a los
dirigentes del movimiento pro derechos de los indocumentados.
Pero la economía
estadounidense y la clase capitalista transnacional dependen de la
súper-explotación de una fuerza labor en peonaje debido a la falta de derechos
ciudadanos. Los gobernantes norteamericanos han venido explorando el
reemplazamiento del sistema actual de súper-explotación de la mano de obra
inmigrante indocumentada por un masivo programa de “trabajadores visados” que sería más eficaz para conjugar la
súper-explotación con el súper-control. Así, mientras ha disparado el
número de detenciones y deportaciones de trabajadores inmigrantes en California
en años recientes, el uso de “trabajadores
visados” en la industria agropecuaria en ese estado, cuyo valor asciende a
$47 mil millones de dólares, incrementó en un 500 por ciento entre 2011 y 2017.
Todo esto no quiere decir
que el discurso populista, nacionalista, y proteccionista de Trump puede ser
descartado. Este discurso está impregnado de un racismo atroz en tanto
inspira una movilización neo-fascista de los grupos de extrema derecha en la sociedad
civil norteamericana y agrava las tensiones internacionales. Pero nos
conviene ver el Trumpismo como una respuesta, ultra derechista y altamente
contradictoria y inestable, a la crisis del capitalismo global más que una
política mordaz de proteccionismo y de populismo.
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