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RACISMO + FLOJERA MENTAL + FANATISMO = CONTRAINSURGENCIA

 “Cuando tratamos de comprender hechos del pasado, comprobamos de forma implícita las hipótesis o reglas que empleamos para interpretar y prever el mundo que nos rodea. Si al mirar hacia atrás, infravaloramos de forma sistemática las sorpresas que contuvo y que contiene el pasado, sometemos dichas hipótesis a pruebas desmesuradamente débiles y es de suponer que no hallemos muchas razones para modificarlas. De este modo, el conocimiento de los resultados que nos hace sentir que comprendemos el pasado puede impedirnos aprender de él.” Fischhoff, citado por Stuart Sutherland, (2015), Irracionalidad, El enemigo interior.
Repetir por doquier falsedades, mentiras, especialmente calumniosas y difamatorias, es un hábito de muchos usuarios de las redes digitales, así como es común esparcir rumores en el anonimato de la oralidad masiva, amparados en el irresponsable “dicen que”… En los periódicos se usan los “trascendidos”, chismes filtrados, usualmente, de manera mercenaria.
Aparentemente los seres humanos (presuntos homo sapiens sapiens) deberíamos ser racionales y eso implicaría exigir y brindar pruebas o al menos argumentos en pro de la veracidad de lo que creemos y de lo que pretendemos hacer creer a los demás. Sin embargo, en la práctica, una práctica social normalmente alienada, solemos aceptar creencias y luego aferrarnos a ellas por muchos motivos y, muchas veces, pocas y poco convincentes razones: ocurre que en lugar de revisar nuestras creencias, cada vez que nos enfrentamos a información que podría ponerlas en tela de juicio, usualmente las manipulamos y acomodamos para mantener en pie la creencia, aunque la veracidad de las cosas palidezca para quien las examine más detenidamente. Tal vez porque solemos identificarnos con lo que creemos y opinamos o porque nos gusta creer en nuestra infalibilidad, pero es muy poco común la actitud racional de poner en duda lo que pensamos cuando hay evidencias que deberían hacernos cuestionar. René Descartes se equivocó al pensar que el buen juicio está universalmente repartido, porque dudar nos cuesta demasiado y por el contrario, retorcer toda información para mantener a salvo nuestras creencias es lo más común.
Según Stuart Sutherland (Irracionalidad, El enemigo interior), esta actitud autocomplaciente no es privativa de personas sin estudios, se observa en profesionales de la psicología, la medicina, la ingeniería y diversas ciencias, ya no digamos en medios no científicos como las finanzas o el marketing; de la política, ya para qué hablar… Estudios empíricos han mostrado que hacemos juegos de prestidigitación mentales para salvar nuestras creencias (prestigio y prestidigitación están emparentados), cuando lo aconsejable sería poner atención especialmente a la información que podría probar la falsedad de nuestras creencias.
En un contexto así, basta que un rumor se masifique para que un sector amplio de la población haga pasar por verdad mentiras, falsedades, calumnias, difamaciones, errores e insensateces. Esto lo saben los testaferros del poder, por eso les gusta tener medios mercenarios que publiquen falsedades, porque saben que, de todas ellas, algunas arraigarán en amplios sectores de la población y luego la inercia de seguir creyendo y opinando lo mismo hará el resto.
Contra esa tendencia, esa ley del menor esfuerzo del pensamiento que los zapatistas han llamado “el pensamiento haragán”, se necesita lo contrario: esfuerzo, lecturas, estudio, escucha atenta, diálogo, reflexión, estarse informando de primera mano, cuestionarse, pensar, razonar, revisar hechos, argumentos, ideas, creencias, opiniones… pero la inercia del pensamiento único propone, en cambio, opiniones a la medida para todos los gustos, gurús masivos que piensan por ti y te ayudan a mantenerte en forma sin hacer ejercicio mental.
De ese modo, los guiones de teorías de la conspiración que la derecha y la ultraderecha generaron, como el ¿Por qué Chiapas? de Luis Pazos y obras a sueldo del gobierno mexicano como las de Rico y Lagrange, la de Carlos Tello, las de plumas de Nexos y Letras Libres, a veces reproducidas en medios “críticos” como Proceso, se fueron filtrando las calumnias en libros y revistas, libelos, primero entre la derecha y, tras las críticas del EZLN a López Obrador desde 2005, entre muchos de los militantes del PRD y hoy de Morena: al no poder, ni querer, entender por qué los zapatistas habían roto con la izquierda electoral, en lugar de leer y pensar en el cúmulo de informaciones, datos, argumentos, razones y motivos que expusieron los zapatistas y sus aliados, los despechados ex simpatizantes del zapatismo se han inventado sus propias “teorías”: desde los más burdos, quienes suponen un complot de Salinas (¿despechado por ver su programa político y a sus más cercanos colaboradores, los sobrevivientes, ahora en el séquito de Obrador?) hasta los más sofisticados, quienes reducen a las comunidades indígenas a un montón de ignorantes y pasivos seguidores de un líder mestizo que los ha desencaminado.
La ruptura política del EZLN con la izquierda electoral y con toda la clase política y toda la clase en el poder es una decisión razonada y razonable: el hecho de que los pueblos y comunidades indígenas del CNI y los adherentes a la Sexta la respalden tiene explicaciones históricas perfectamente racionales, razonables, legítimas y muy respetables: quien quiere entenderlos tiene a la mano en la web muchos documentos que, en su conjunto, pueden ayudar a entender que este sector del país no se siente ni se reconoce representado ni en el PRD ni en su disidencia ahora llamada Morena. Eso no tiene nada de oscuro ni necesita de explicaciones conspiratorias o racistas, como las de quienes pretenden apoyar a las bases zapatistas, pero no a sus comandantes, prejuicio que nació desde el primer editorial de La Jornada tras el alzamiento de 1994: la supuesta diferencia entre indígenas y “profesionales de la violencia”.
En favor de esas teorías de la conspiración jamás han podido argüir ni un solo elemento probatorio: siempre presentan opiniones, prejuicios, como si fueran hechos: en última instancia, a quien se niega a creer en sus afirmaciones sin elementos probatorios, terminan acusándolo de ingenuo, pendejo, crédulo o manipulado, aunque normalmente para ejercer el escepticismo contra esas teorías de la conspiración se necesita estar informado e ir a contracorriente de la guerra psicológica y la propaganda contrainsurgente que se propala en todo el espectro de los medios: desde los artículos de Aguilar Camín hasta los moneros de La Jornada. Resistir a la presión de la masa y los linchamientos mediáticos requiere de un ejercicio de autonomía que no se logra por mero voluntarismo sin informarse y pensar.
Mientras ese sector de la opinión “pública” repite sus calumnias cada vez que aparecen noticias del EZLN, los zapatistas y sus aliados y simpatizantes han participado en un debate interno y público: la celebración de sendos seminarios en el Cideci-Unitierra de San Cristóbal es el lugar más destacado de esta reflexión. No puede ser más abismal el contraste entre el nivel de propuesta del EZLN, y ahora del CNI en proceso de movilización y organización, y la letanía de calumnias repetidas por quienes no se han tomado la molestia de leerlos, escucharlos y tratar de comprender su posición.
A pesar de que pudiéramos mostrarnos pesimistas respecto a la capacidad de algunos sectores de la población para cuestionar sus prejuicios y comenzar a informarse y reflexionar sobre el verdadero perfil y modo de actuar del EZLN, el CNI y aliados, la única manera de romper ese muro de la inercia y el pensamiento haragán es el trabajo de autoorganización desde abajo, porque uno de los motivos más fuertes para el pensamiento prejuicioso y alienado es precisamente una praxis social unilateral y fetichizada: quienes han construido algo autónomamente pueden comenzar a darse el lujo de producir un análisis político propio, no limitarse a consumir el que ya elaboraron los “líderes de opinión”, y desde ahí, desde la autonomía en la praxis, la palabra y las acciones de los zapatistas, como los de otros actores de la izquierda de abajo, no aparecen como irracionales o “manipulados”, sino como un trabajo lúcido y una praxis congruente de hace ya muchos años. Que una política sea exitosa no es fácil cuando va a contracorriente, pero el hecho de tener una postura propia y sólidamente argumentada es señal de no poder ser explicado mediante las simplezas que usualmente se intenta hacerlo.
Desafortunadamente la irracionalidad de creerse libelos y calumnias contra el EZLN hace que muchos mexicanos se pierdan de conocer y de participar con uno de los movimientos antisistémicos más importantes en el mundo, pero no podrá ser de otro modo mientras el pensamiento haragán y pasivo sea dominante frente a un pensamiento que exige hechos y argumentos verificables para aceptar algo. Por otra parte, es más cómodo apoyar a movimientos que tienen presencia masiva, aunque para seguir apoyándolos haya que llenar el clóset de hechos incómodos que tienen que ser deliberadamente desdeñados para poder seguir creyendo en la pureza del líder carismático y su séquito. A final de cuentas, la falta de radicalidad de una opción en México puede compensarse simpatizando con opciones más radicales en el Cono Sur. Allá, radicales; aquí, eternamente moderados.

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