En defensa de
Venezuela
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis
Exeni Rodríguez.
Question Digital
América Latina en Movimiento
26 julio,
2017
Venezuela vive uno de los momentos más
críticos de su historia. Acompaño crítica y solidariamente la Revolución
bolivariana desde el inicio. Las conquistas sociales de las últimas dos décadas
son indiscutibles. Para comprobarlo basta consultar el informe de la ONU de
2016 sobre la evolución del índice de desarrollo humano.
Dice este
informe:
“El índice de desarrollo humano (IDH) de
Venezuela en 2015 fue de 0.767 –lo que colocó al país en la categoría de
alto desarrollo humano–, posicionándolo en
el puesto 71º de entre 188 países y territorios. Tal clasificación es
compartida con Turquía. De 1990 a 2015, el IDH de Venezuela aumentó de 0.634 a
0.767, un aumento de 20,9 %. Entre 1990 y 2015, la esperanza de vida al nacer
aumentó a 4,6 años, el período medio de escolaridad ascendió a 4,8 años y los
años de escolaridad media general aumentaron 3,8 años.
El rendimiento nacional bruto (RNB) per
cápita aumentó cerca de 5,4% entre 1990 y 2015”.
Se hace notar
que estos progresos fueron obtenidos en democracia, solo momentáneamente
interrumpida por la tentativa de golpe de Estado en 2002 protagonizada por la
oposición con el apoyo activo de Estados Unidos.
La muerte
prematura de Hugo Chávez en 2013 y la caída del precio de petróleo en 2014
causaron una conmoción profunda en los procesos de transformación social
entonces en curso. El liderazgo carismático de Chávez no tenía sucesor, la
victoria de Nicolás Maduro en las elecciones siguientes fue por escaso margen,
el nuevo presidente no estaba preparado para tan complejas tareas de gobierno y
la oposición (internamente muy dividida) sintió que su momento había llegado,
en lo que fue, una vez más, apoyada por Estados Unidos, sobre todo cuando en
2015 y de nuevo en 2017 el presidente Obama consideró a Venezuela como una “amenaza a la seguridad Nacional de Estados
Unidos”, una declaración que mucha gente consideró exagerada, si no mismo
ridícula, pero que, como explico más adelante, tenía toda lógica (desde el
punto de vista de Estados Unidos, claro).
La situación se
fue deteriorando hasta que, en diciembre de 2015, la oposición conquistó la
mayoría en la Asamblea Nacional. El Tribunal Supremo de Justicia suspendió a
cuatro diputados por alegado fraude electoral, la Asamblea Nacional
desobedeció, y a partir de ahí la confrontación institucional se agravó y fue
progresivamente propagándose en las calles, alimentada también por la grave
crisis económica y de abastecimiento que entretanto explotó. Más de cien
muertos, una situación caótica.
Mientras, el
presidente Maduro tomó la iniciativa de convocar una Asamblea Constituyente
(AC) a ser elegida el día 30 de julio y Estados Unidos amenaza con más
sanciones si las elecciones se producen. Es sabido que esta iniciativa busca
superar la obstrucción de la Asamblea Nacional dominada por la oposición.
El pasado 26 de
mayo suscribí un manifiesto elaborado por intelectuales y políticos venezolanos
de varias tendencias políticas, apelando a los partidos y grupos sociales en
conflicto a parar la violencia en las calles e iniciar un debate que permitiese
una salida no violenta, democrática y sin la injerencia de Estados Unidos.
Decidí entonces no volver a pronunciarme sobre la crisis venezolana.
¿Por qué lo hago
hoy? Porque estoy alarmado con la parcialidad de la comunicación social europea,
incluyendo la portuguesa, sobre la crisis de Venezuela, una distorsión que
recorre todos los medios para demonizar un gobierno legítimamente electo,
atizar el incendio social y político y legitimar una intervención extranjera de
consecuencias incalculables.
La prensa
española llega al punto de embarcarse en la posverdad, difundiendo noticias
falsas sobre la posición del gobierno portugués. Me pronuncio animado por el
buen sentido y equilibrio que el ministro de Asuntos Exteriores portugués,
Augusto Santos Silva, ha mostrado sobre este tema. La historia reciente nos
muestra que las sanciones económicas afectan más a ciudadanos inocentes que a
los gobiernos.
Basta recordar
los más de 500 mil niños que, según el informe de Naciones Unidas de 1995, murieron
en Irak como resultado de las sanciones impuestas después de la guerra del
Golfo Pérsico. Recordemos también que en Venezuela vive medio millón de
portugueses o lusodescendientes. La historia reciente también nos enseña que
ninguna democracia sale fortalecida de una intervención extranjera.
Los desaciertos
de un gobierno democrático se resuelven por vía democrática, la cual será tanto
más consistente cuanto menor sea la interferencia externa. El gobierno de la
Revolución bolivariana es democráticamente legítimo. A lo largo de muchas
elecciones durante los últimos veinte años, nunca ha dado señales de no
respetar los resultados electorales. Ha perdido algunas elecciones y puede
perder la próxima, y solo sería criticable si no respetara los resultados.
Pero no se puede
negar que el presidente Maduro tiene legitimidad constitucional para convocar
la Asamblea Constituyente. Por supuesto que los venezolanos (incluyendo muchos
chavistas críticos) pueden legítimamente cuestionar su oportunidad, sobre todo
teniendo en cuenta que disponen de la Constitución de 1999, promovida por el
presidente Chávez, y disponen de medios democráticos para manifestar ese
cuestionamiento el próximo domingo. Pero nada de eso justifica el clima
insurreccional que la oposición ha radicalizado en las últimas semanas y cuyo
objetivo no es corregir los errores de la Revolución bolivariana, sino ponerle
fin, imponer las recetas neoliberales (como está sucediendo en Brasil y
Argentina) con todo lo que eso significará para las mayorías pobres de
Venezuela.
Lo que debe
preocupar a los demócratas, aunque esto no preocupa a los medios globales que
ya han tomado partido por la oposición, es la forma en que están siendo
seleccionados los candidatos. Si, como se sospecha, los aparatos burocráticos del
partido de Gobierno han secuestrado el impulso participativo de las clases
populares, el objetivo de la Asamblea Constituyente de ampliar democráticamente
la fuerza política de la base social de apoyo a la revolución se habrá
frustrado.
Para comprender
por qué probablemente no habrá salida no violenta a la crisis de Venezuela,
conviene saber lo que está en juego en el plano geoestratégico global. Lo que
está en juego son las mayores reservas de petróleo del mundo existentes en
Venezuela. Para el dominio global de Estados Unidos es crucial mantener el
control de las reservas de petróleo del mundo. Cualquier país, por democrático
que sea, que tenga este recurso estratégico y no lo haga accesible a las
multinacionales petroleras, en su mayoría norteamericanas, se pone en el punto
de mira de una intervención imperial.
La amenaza a la
seguridad nacional, de la que hablan los presidentes de Estados Unidos, no está
solamente en el acceso al petróleo, sino sobre todo en el hecho de que el
comercio mundial del petróleo se denomina en dólares estadounidenses, el
verdadero núcleo del poder de Estados Unidos, ya que ningún otro país tiene el
privilegio de imprimir los billetes que considere sin que esto afecte
significativamente su valor monetario.
Por esta razón
Irak fue invadido y Oriente Medio y Libia arrasados (en este último caso, con
la complicidad activa de la Francia de Sarkozy). Por el mismo motivo, hubo
injerencia, hoy documentada, en la crisis brasileña, pues la explotación de los
yacimientos petrolíferos presal estaba en manos de los brasileños. Por la misma
razón, Irán volvió a estar en peligro. De igual modo, la Revolución bolivariana
tiene que caer sin haber tenido la oportunidad de corregir democráticamente los
graves errores que sus dirigentes cometieron en los últimos años.
Sin injerencia
externa, estoy seguro de que Venezuela sabría encontrar una solución no
violenta y democrática. Desgraciadamente, lo que está en curso es usar todos
los medios disponibles para poner a los pobres en contra del chavismo, la base
social de la Revolución bolivariana y los que más se beneficiaron de ella. Y,
en concomitancia, provocar una ruptura en las Fuerzas Armadas y un consecuente
golpe militar que deponga a Maduro. La política exterior de Europa (si se puede
hablar de tal) podría constituir una fuerza moderadora si, entre tanto, no
hubiera perdido el alma.
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