La insolencia de
los poderosos: Boston y el nuevo movimiento anti-racista y
anti-fascista en los Estados Unidos
Texto por Camilo Pérez Bustillo y Centli
Pérez Bautista
Fotografía por Camilo Pérez Bustillo y Centli Pérez Bautista.
Licencia Copyfarleft P2P
Agencia
Autónoma ce Comunicación SubVersiones
20
agosto, 2017
¿Quién, si no, soportaría las
contrariedades y el azote del tiempo…
la sinrazón del opresor, el ceño del vano…
las angustias de un amor despreciado,
las dilaciones de la ley, la insolencia de los poderosos…?
— Hamlet de William Shakespeare, Acto 3, Escena 1
la sinrazón del opresor, el ceño del vano…
las angustias de un amor despreciado,
las dilaciones de la ley, la insolencia de los poderosos…?
— Hamlet de William Shakespeare, Acto 3, Escena 1
Decenas de miles de personas de todas las edades y
perfiles marcharon el sábado 19 de agosto en Boston, en repudio al racismo y a
todas las formas de odio. La marcha partió desde el corazón histórico del
barrio negro de la ciudad en Roxbury, caminó por el bulevar Malcolm X, de
manera festiva y pacífica, como parte de una caravana convocada por jóvenes
mujeres activistas afro y latinas.
Fue una marcha cuyos ritmos
incluyeron tanto las resonancias del Hip Hop y del Reggaeton más comprometidos
y críticos, así como los ecos del reggae de Bob Marley y consignas coreadas
tanto en inglés como en español, enfocadas al combate de la supremacía blanca y
del machismo; a la defensa de la diversidad racial, étnica, y sexual, y de
valores anti-capitalistas; y en rechazo de agresiones imperialistas inminentes
en contextos como Corea del Norte y Venezuela.
El país, dominado hoy por el
régimen de Donald Trump, se ha cimbrado durante los últimos días por las
reflexiones y respuestas a la fatal violencia racista y neo-nazi desatada en
uno de los lugares de culto más importantes de su entramado histórico:
Charlottesville, Virginia, tierra de origen de Thomas Jefferson, uno de sus «padres fundadores» más celebrados, el
autor de su Declaración de Independencia en 1776 y su segundo presidente.
Jefferson -quien se jactaba
de ser propietario de más de 600 esclavos africanos y tuvo seis hijos con una
concubina esclava llamada Sally Hemings- encarna una de las contradicciones
principales de este país. Fue Jefferson quien escribió una de las frases mejor
conocidas de dicha Declaración, donde se afirma que todos los seres humanos han
sido creados iguales («all men are
created equal»). Jefferson denunciaba la esclavitud africana como una
aberración y, a la vez, pensaba que era necesaria y deseable dado lo que él
consideraba como la incapacidad de los de raza negra de convivir de manera
civilizada con la raza constituida por sus amos.
El presidente actual de EU,
Trump, se ha caracterizado, desde su campaña, por atizar los fuegos del racismo
y la xenofobia como hilos conductores claves del movimiento nacionalista y
populista de derecha que lo llevó a la presidencia; y que depende, en sus bases
sociales y mediáticas, del núcleo duro de los sectores racistas y fascistas del
país, los cuales ha inspirado, reactivado, y movilizado. Esto ha venido
acompañado de un auge histórico desde la elección presidencial en crímenes de
violencia racial, étnica, religiosa y de odio, como parte de un crecimiento
acelerado de estos fenómenos desde 2001, que refleja además una tendencia
mundial en otros contextos como Europa.
Estos sectores estaban
bastante aislados en Estados Unidos antes de Trump, y se han magnificado y
legitimado poderosamente con su ascenso y con su apoyo y complicidad. Mientras
tanto, la intensificación de la violencia racial genocida contra los jóvenes
afros y latinos (Ferguson, Nueva York, Chicago, Oakland, Cleveland, Orlando,
etc.) durante la presidencia de Obama, que inspiró el movimiento de Black Lives
Matter («Las Vidas Negras Importan»)
ha sembrado también la concientización y movilización de un nuevo nivel de
compromiso político de jóvenes de color en todo el país.
Todos estos factores han
entrado en escena junto con lo ocurrido en Charlottesville y con el intento de
los mismos sectores racistas y fascistas que se movilizaron allí, de repetir su
«éxito» en Boston ocho días después, este sábado, en otro escenario asociado en
Estados Unidos con la historia del racismo y de la inmigración (especialmente
irlandesa e italiana), y de sus resistencias. Boston fue una de las cunas más
reconocidas del movimiento que abogaba por la independencia del imperio
británico, que incluyó una masacre de activistas precursores en 1770 donde
murió un luchador afro llamado Crispus Attucks. Después fue una de las regiones
más identificadas con el movimiento a favor de la abolición de la esclavitud y
con el pensamiento libre (Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau, Emily
Dickinson, etc.). Asimismo, fue una de las ciudades más afligidas por las
tensiones raciales derivadas de la eliminación de la segregación racial en las
escuelas públicas. Todos esos ecos estuvieron presentes el 19 de agosto.
Esta marcha y sus
complejidades como expresión de una coyuntura histórica -un «momento Boston» que responde a su vez
al «momento Charlottesville»-
sintetiza también los desafíos de la emergencia de un nuevo movimiento
anti-racista y anti-fascista en el país.
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