EL PRINCIPIO
ANTAGONISTA: Verdad, propaganda y política emancipatoria
Massimo
Modonesi
Desinformémonos,
periodismo de abajo
14
agosto, 2017
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Massimo Modonesi sobre la realidad latinoamericana
Hemisferio Izquierdo TV
Publicado el 28 junio, 2017
En mayo de 2017 volvimos a conversar con Massimo Modondesi sobre
la coyuntura latinoamericana.
En tiempos de proliferación de posverdades y “hechos alternativos”, es necesario
volver a reflexionar sobre la relación entre política y verdad para promover su
reencuentro allá donde puede ocurrir, es decir, abajo y a la izquierda.
En Venezuela como en México,
en el chavismo y el obradorismo predominan aquellos que niegan o se resisten a
reconocer públicamente límites o contradicciones y sostienen que cuestionar a
sus organizaciones y sus líneas de acción ofrece armas a los enemigos y
equivale a ser sus cómplices. Esta actitud implica separar un lugar
interior de la verdad, la crítica o autocrítica y otro lugar, exterior, de la
disputa política, en el cual éstas no se admiten en aras de proyectar una
imagen idealizada. Esta distinción tiene cierta razón de ser y remite a
una larga historia que remonta a los principios de la disciplina partidaria y
del centralismo democrático –o su deformación que Gramsci
llamaba centralismo burocrático. Al mismo tiempo, es una distinción que
tiende a justificar que se anteponga la propaganda a la verdad.
Sin negar el valor y la
necesidad de la propaganda como dispositivo de construcción y circulación de
consignas e ideas, ésta no puede contraponerse a la verdad. En la lucha
política, entendida como lucha hegemónica, orientada a convencer, a sumar
fuerzas, el adentro y el afuera no pueden ser delimitados por las fronteras
partidarias sino eventualmente por las fronteras de las clases antagónicas. Por
tanto, es insostenible una postura que eluda deliberadamente el debate franco y
abierto y desconozca la diversidad de condiciones, percepciones y opiniones que
brota, en última instancia, del pluralismo intrínseco a la composición
heterogénea de las clases subalternas. Aparece aquí el lado siniestro de la
noción de ideología que criticaba Marx, la ideología como
distorsión, como inversión de la realidad y se pierde de vista la acepción
positiva que desarrollaron Lenin y Gramsci, entre otros, de ideología como
visión del mundo de grupo o una clase social.
Dando por descontado que,
para las clases dominantes, la manipulación y tergiversación es la condición
para sostener su dominación, se entiende, pero no se justifica que con métodos
e instrumentos similares se pretenda impulsar proyectos emancipatorios,
desatendiendo el principio de la prefiguración que, como lo sugería Gramsci,
implica mantener una coherencia entre la actuación política en el presente y el
diseño de una sociedad futura de libres e iguales. Así como no se puede separar
el adentro del afuera, no se puede desligar el hoy del mañana, so pena de que
un avance promisoriamente emancipatorio termine por ser, en el terreno de la
socialización del poder, poco más de un simple recambio de grupos dirigentes,
como ocurrió más de una vez en la historia de las revoluciones sociales del siglo
XX.
Gramsci sostuvo en
reiteradas ocasiones, retomando una fórmula de Ferdinand Lasalle, que la verdad
es revolucionaria y que debía sostenerse con independencia de las
consecuencias, aunque duela, asumiendo la mayoría de edad de los integrantes de
las clases subalternas y que “en política
se puede hablar de reserva no de mentira en el sentido mezquino que muchos
piensan: en la política de masas decir la verdad es una necesidad política”.
No se trata de moralismo, si
no, más bien, de una cuestión eminentemente política, no solo táctica sino de
hondo alcance estratégico. No se sostiene, en efecto, el argumento de las armas
ofrecidas al enemigo si consideramos que las mejores armas del enemigo son la
falta de cultura y educación política de las clases subalternas, la ausencia de
su politización y concientización crítica, tendiente a la autonomía y que
requiere sedimentarse en el sentido común y no reproducirse mecánicamente en
función de la obediencia disciplinada a una jerarquía partidaria o a palabras de
orden dictadas desde arriba. La solidez de un movimiento político no se mide en
función de la capacidad de persuasión superficial a la que nos está
acostumbrando el marketing del electoralismo vigente, sino que
se finca en procesos más de fondo, en la construcción de hegemonía
político-cultural, el plano más profundo para impedir que los proyectos y
procesos emancipatorios no se estrellen en el inmediatismo oportunista de las
contradicciones indecibles de lógicas de poder, de patriotismos de partido y de
razones de Estado. Más que nunca, requerimos que los sujetos y movimientos
emancipatorios asuman y miren de frente sus contradicciones y límites como
condición para su desarrollo tanto en términos de lucha como de su eventual
desborde como alternativas societales.
El valor de la honestidad no
se reduce a no ser corruptos y no robar, sino que implica un compromiso con la
verdad, aunque duela, una coherencia política que no sólo opera en clave
pedagógica, sino que es la condición para un proceso de transformación
subjetiva.
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