James Baldwin:
guerrero de la palabra
Por
Mumia Abu-Jamal
Foto: Allan Warren
–© ‘17maj
Discurso escrito 5 de julio,
2017
Audio grabado por Noelle Hanrahan: www.prisonradio.org
Texto circulado por Fatirah Litestar01@aol.com
Traducción Amig@s de Mumia, México
Centro
de Medios Libres
02
agosto, 2017
Nació en el Hospital Harlem, Nueva York, el 2 de
agosto, 1924, por extraño que parezca, el mismo año en el que mi madre nació en
el Sur de Estados Unidos.
Su nombre era James Arthur
Jones al nacer de una madre bendecida con el regalo de la fertilidad, y de un
padre que él nunca conoció.
A la tierna edad de tres
años, su nombre fue cambiado por su padrastro, quien le regaló el apellido ‘Baldwin’, un nombre que ha resonado en
el mundo literario y el mundo de los negros, y que vivirá mucho tiempo después
de que él vivió su vida.
Su padrastro luchó para
enseñarle la Biblia, y durante tres años difíciles, James asintió y se volvió
un joven predicador que ganaba almas en Harlem, hasta que ya no pudo aguantar
más.
Eso fue porque él sabía, a
la tierna edad de doce años, que sería escritor. Ganaba premios en la escuela
por su arte de la palabra. Leía (y releía) novelas como Uncle Tom’s Cabin (La
cabaña del Tío Tom) y A Tale of Two Cities (Historia de dos ciudades), mientras
mecía a un bebé con una mano y acunaba un libro con la otra, según lo que él
escribió después.
Sus primeras maestras
reconocieron su facilidad de palabra a una temprana edad y lo animaron a
escribir.
Años después, él escribía
con aguda percepción y un ingenio mordaz sobre todo a su alrededor. Sus colegas
escritores, otros libros, películas y obras de teatro se convirtieron en grano
para su molino que no dejaba de trabajar.
Más adelante, él
diseccionó La Cabaña del Tío Tom, tanto por ser mal escrito, como
por su insípida narración sin derramamiento de sangre de una historia que
requería de valor y vitalidad para reflejar los profundos y eternos horrores
del sistema estadounidense de la esclavitud y sus repercusiones tortuosas.
En una de sus primeras obras
críticas (“La novela de protesta de
todos”) reproducida en Notes of a Native Son,
(Notas de un hijo nativo),
Baldwin hace pedazos La cabaña del Tío Tom, y también del éxito innovador
de Richard Wright, Hijo nativo (Native Son).
Al condenar estas obras por
no estar a la altura del desafío, Baldwin escribe:
Salen como lo que son; un
espejo de nuestra confusión, deshonestidad y pánico, atrapadas e inmovilizadas
en la soleada prisión del sueño americano… En fin, el objetivo de la novela de
protesta es muy similar al celo de aquellos misionarios de alabastro enviados a
África para cubrir la desnudez de los nativos, apresurarlos a llegar a los
brazos pálidos de Jesús, y por lo tanto, a la esclavitud. (Baldwin1)
Esto
sí, es el buen escribir.
Baldwin publicó esta reseña
de libros en la primavera de 1949, en la revista Zero, y su estilo ardiente le ganó trabajo en The Nation, Commentary, The New York Times Book Review, y Harper’s. Muchas de las revistas en las que él
escribió ya no existen.
Pero ese ardor, ese
chisporroteo, esa despreocupación, marcó sus escritos, y especialmente sus
novelas, sobre todo cuando abordó el río de raza.
Hombre de sus tiempos,
Baldwin viajó extensamente, y vivió para ver cómo se vivía la vida en
diferentes lugares, bajo distintos soles, por decirlo así. Conoció a algunos
africanos en el extranjero (probablemente en Francia), e intentó aprender de
ellos muchas cosas que no eran de fácil acceso para los negros en Estados
Unidos. Tal vez se ven iguales, o notablemente similares, pero su manera
de ver y percibir el mundo es muy distinto. Uno busca ingresar al Estado
Blanco, mientras el otro busca liberarse del Invasor Blanco.
En su ensayo “Encuentro en el Seine”, Baldwin toma
nota de la manera en que los africanos francófonos ven a los franceses:
El africano francés viene
de una región y manera de vivir –por lo menos desde el punto de vista
estadounidense– sumamente primitiva, donde la explotación asume una forma más
desnuda. En Paris, el estatus del negro africano, conspicuo y sutilmente
inconveniente, es el de un ser colonial; aquí vive la vida intangiblemente
precaria de alguien que ha sido abruptamente y recientemente desarraigado. Su
amargura es diferente de la de su pariente estadounidense en el sentido de que
no es tan deslealmente probable que se vuelva en contra de sí. Tiene a unos
pocos kilómetros de distancia una patria con la que su relación, como su
responsabilidad, está totalmente clara. Su país tiene que recibir -o tomar- su
libertad. Esta amarga ambición es compartida con otros seres coloniales, con
los cuales él tiene un idioma en común y a quienes él no tiene el más mínimo
deseo de evitar. De hecho, sin su sustento, él estaría casi totalmente perdido
en Paris.
Por contraste, razona
Baldwin, los negros en Estados Unidos se apuran a desafiliarse de otros negros,
volviéndose solitarios, aislados y bien perdidos en lugares como Paris. El
negro estadounidense (llamado “nigrou”
durante la juventud de Baldwin), está tan profundamente alienado de las
tierras, lenguajes y creencias de sus antepasados, por no mencionar la aguda
alienación de las fuerzas en el poder en la tierra de su nacimiento, que es,
para usar la frase profética (anotada varios años antes de ser el título de la
obra clásica de Ralph W. Ellison) un ‘hombre
invisible’, tanto en Paris como en Harlem.
Las brillantes observaciones
y análisis de Baldwin revelan un alma totalmente alienada, que, a decir verdad,
no se siente en casa en ningún lugar; puede vivir en cualquier lugar, pero
nunca encuentra seguridad, solacio o un verdadero sentido de comunidad. Pero
Baldwin, siempre esforzándose a ser la excepción, y no la regla, regresó
continuamente a París, donde podía vivir, trabajar y jugar de una manera que no
era posible en Estados Unidos.
El regalo de Baldwin es su
implacable afán de decir la verdad sobre los norteamericanos, tanto los negros
como los blancos, que han estado encerrados durante siglos en un abrazo fatal,
repelente, sin amor, y a veces amoroso. Cada quien es un desconocido para el
otro, cada quien sabe lo que no se dice pero que se piensa en lo profundo, del
otro.
Desde sus primeros días como
crítico hasta su vida como novelista exitoso, Baldwin dice las verdades
incómodas sobre lo que significa ‘América’
y lo que no significa.
Su ojo es infalible, porque
cita con verdad. Su lengua reprende la nación donde nació, la cual, en su
práctica durante largos siglos, odia y teme a él y los suyos, acostumbrándose a
los duraderos odios estadounidenses.
Ahora, a esta hora, en este
día de conflicto, hace falta repetir sus percepciones, porque aun cuando
algunas cosas han cambiado, hay que gritar la pura verdad: algunas cosas siguen
igual.
El tiempo, al parecer, es un
espejismo, el cual pasa, sin lugar a duda, pero se repite, como una tira Mobius
temporal, repitiendo horrores que se suponían eran del pasado, con nuevas
formas insidiosas.
En su ensayo, “Extranjero en la aldea”, Baldwin prevé
el ahora que estamos por heredar, al observar, “El mundo ya no es blanco, y jamás será blanco de nuevo”. (Baldwin
129).
¿Él pudo prever el ascenso
de una figura como Trump, que busca a más no poder “hacer América grandiosa otra vez” en una carrera loca hacia los
1950’s? Tal vez sí, tal vez no. Tal vez esta visión superó sus agudas
percepciones.
Pero no apostaría por ello.
Baldwin era un hombre que conocía y admiraba a Martin Luther King y a Malcolm
X. Le dolió el rechazo del Ministro de Información del Partido
Panteras Negras, Eldridge Cleaver, debido a su preferencia sexual. Pero
Baldwin, siendo Baldwin, también ha de haber reflexionado sobre el dolor
que sus propias reseñas ocasionaron a Richard Wright, un amigo mayor y mentor
suyo.
En sus últimos años, la
hepatitis casi acabó con él, pero sería el cáncer de esófago que lo devolvió a
sus antepasados.
Sus palabras, su brillantez,
su valor quedan, para nutrir vidas nuevas de gente más joven, animada tanto por
su grandeza como por su vida gay.
James Arthur Baldwin se ha
vuelto un antepasado; se ha hecho inmortal.
OBRA CITADA:
Baldwin, J (1998): Collected Essays: Notes of a Native Son, Nobody Knows
My Name, The Fire Next Time, No Name in the Street, The Devil Finds Work (Other
Essays). New York: The Library of America.
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