El lado oscuro de
México
América
Latina sin Fronteras
31
agosto, 2017
De México poco o nada se habla en el
estado español. Políticos, medios de comunicación y tertulianos pasan de puntillas sobre una realidad espantosa. Es un
país de los nuestros y eso basta para invisibilizar sus desgracias. Lo cierto
es que hay una situación de violencia de Estado ejercitada por los aparatos
represivos como el ejército, la policía, y todos los servicios financiados para
reprimir y espiar. Hay otra violencia, enquistada en más de la mitad de la
población que vive por debajo de la pobreza. Para empeorar las cosas, el grado
de endeudamiento del país es una locura irresponsable, otro hecho de la
violencia económica y política contra la sociedad mejicana y la soberanía de la
nación.
No se sabe con
certeza cuántos son los desaparecidos, pero el diario conservador Excélsior,
citando fuentes oficiales, cifra en 30.000 en los últimos diez años; en el
primer semestre de este mismo años ya son 12.155 los asesinados, de los cuales
siete eran periodistas (entre el año 2000 y el 2016 son 105 los periodistas
asesinados); son cifras intolerables que resultan una vergüenza para cualquier
Estado que se considere democrático. Los casos no resueltos e impunes como el
de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, sin respuesta oficial seria,
profunda, comprometen la credibilidad de las instituciones mexicanas. La
extorsión ha crecido en lo que va de 2017 un 26% y los secuestros un 14%. Es,
en conclusión, un desgarramiento brutal el que vive la sociedad mejicana. Sin
olvidar que las más brutales violencias las protagonizan los cárteles de la
droga y el propio Estado. Lo que está ocurriendo en México es una pesadilla.
Como será la cosa que al gobierno de Estados Unidos le preocupa el avance de la
corrupción y el crimen organizado en los sectores público y privado.
En una sociedad
civil asfixiada por un régimen político autoritario, los partidos políticos han
fracasado en todos los intentos de regeneración democrática. La caída del
Partido Revolucionario Institucional (PRI) en las elecciones del año 2000,
después de siete décadas de dictadura
perfecta (renovada en las urnas), alentó la esperanza de un nuevo tiempo,
pero el Partido de la Revolución Democrática (PRD) que fundó Cárdenas y el
Partido de Acción Nacional (PAN) como expresión renovada de la derecha, no han
sabido ni podido colocar los pilares democráticos de un nuevo régimen. A nadie
debería sorprender un estallido social.
En el caso de
México es significativa la complicidad de autoridades con organizaciones
criminales, según el Informe sobre el Clima de Negocios 2017,
publicado por el Departamento de Estado norteamericano. El saqueo de arcas
públicas y el soborno son habituales en la vida política mejicana, dice el
citado informe. Con motivo de la visita del Papa Francisco a México en febrero
de 2016 reconoció que la situación de inseguridad y violencia en México
equivale a una guerra. No es poco lo dicho por un jefe religioso prudente y
ecuánime.
La pregunta
puñetera es: ¿por qué tanta benevolencia con México al tiempo que se castiga a
otros países latinoamericanos con juicios críticos radicales? Hay una respuesta
inquietante: los gobiernos que nacionalizan empresas estratégicas y llevan a
cabo políticas sociales a favor de las grandes mayorías son motivo de campañas
de acoso y derribo; los que violan los derechos humanos todos los días pueden
ser protegidos siempre y cuando mantengan el modelo neoliberal.
México, hoy por
hoy, es una democracia fallida. Y es que la democracia no puede estar viva y
saludable en una sociedad que retrocede día a día en los derechos humanos,
aumenta la desigualdad social en una magnitud brutal, y que ha hecho de la
inseguridad ciudadana el paisaje normal de una población vulnerable ante la
violencia extrema. La democracia, para serlo, exige un mínimo de cohesión
social que hoy no existe en la sociedad mejicana. Veamos algunos datos.
México ocupa el
14 lugar en cuanto a tamaño de la economía, pero 45 millones de mexicanos viven
en la pobreza. Con el afán de corregir esta situación y revertir la desigualdad
social OXFAM lanzó la campaña IGUALES,
apoyándose en los siguientes datos: un 1% de la población recibe el 21% de toda
la riqueza del país; sólo cuatro mexicanos acaparan el 10% del PIB, entre ellos
Carlos Slim (77.000 millones de dólares) para quien Felipe González ejerce de
asesor; el régimen fiscal favorece a los más ricos; la población indígena es
cuatro veces más pobre que la población en general, viviendo el 38% de aquella
en la más extrema pobreza; la educación pública concentra una precariedad
enorme, casi el 48% no tiene acceso a drenaje, el 31% carece de agua potable,
el 13% no tiene baños, el 11% no tiene energía eléctrica, el 80% no tiene
internet; la violencia es mucho mayor en las regiones y zonas marginadas por el
Estado. El problema consiste en que la velocidad destructiva del modelo
económico y del régimen político es mucho mayor que el esfuerzo constructivo de
ONG como OXFAM.
México vive
peligrosamente. Con una clase política divorciada del pueblo y los ricos
viviendo de espaldas a la nación, el futuro del país no es precisamente una
rueda de luces ascendiendo hacia los cielos. Más bien México transita hacia los
infiernos de una realidad cronificada imposible de regenerar. Los pobres que se pudran, es el lema de una minoría
privilegiada que no está dispuesta a compartir el país. Ahora bien el dilema de
esta minoría es que puede dominar pero no gobernar. Tal vez, como aquel 1 de
enero de 1994 en que surgió el zapatismo, sólo falte una chispa para incendiar
la pradera. Si eso ocurre México volverá a estar en los titulares de nuestros
medios de comunicación y en boca de políticos y tertulianos, pero será sin duda
para oponerse a los nuevos actores del cambio.
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